El viaje termina en el numero once. Mañana se cierra esta anécdota de los libreros y podré continuar con mis textos breves, o con alguna de las historias que tengo pendientes. Sé que me tardé, pero estuve viajando y trabajando. El trabajo, ya me ha pasado, me quita todos los poderes para seguir escribiendo con constancia y regularidad (esa que más quisiera todos los días). Viajar es una ruptura completa de la rutina, al dormir en otra cama, reposar la cabeza en otra almohada, sentarse a tomar café en otra mesa, caminar en otras calles. Sin embargo, este tiempo que me tomé para recorrer las páginas, las portadas, releer ciertos párrafos o líneas subrayadas (que no son muchas, pero ahí están) o leer las anotaciones que hago en la primera página, o al calce (que tampoco son muchas) o simplemente encontrar líneas al azar, provocaron algo. Algo… esa palabra ambigua que no dice nada, pero sabemos que está ahí. La definición de “algo” es un mundo subjetivo. Cada quien sabe que es su “algo”, su “alguien”, pero le es imposible explicárselo a los demás con certeza. ¿No se supone que para eso tenemos las palabras? Sí. Para eso son los libros que me acompañaron hasta aquí, y muchos otros más que tengo en digital. ¿Y tus libros, cuáles son?
Este librero guarda: “Cuentos completos” (Onetti), “Bola de sebo y otros cuentos” (G. Maupassant), “Coffe: A Connoisseur’s Companion” (Claudia Roden), “Treasury Of Classic Stories” (Alan Maitland), “Rayuela” (Cortázar), “De Hardy a Heaney: Poesía inglesa del siglo xx” (Antología editada por la UNAM), Un cuaderno que utilicé como diario, “El ponche de los deseos” (Michael Ende), “El Camaleón y otros cuentos” (Anton Chéjov), “Diálogos (II)” (Platón), “Filosofía del tocador” (Marqués de Sade), “El profeta / El jardín del profeta” (G.J. Gibrán), “Marianela” (Benito Pérez Galdós), “Cuentos egipcios” (Antología), “El teatro y su doble” (Antonin Artaud), “Romancero gitano / Poeta en Nueva York” (Federico García Lorca), “Los 120 días de Sodoma” (Marqués de Sade), “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (Neruda), “Así habló Zaratustra” (F. Nietzsche), “Summer of ’42” (Herman Raucher), “El Gnopo” (Alan Alrdige) y un cuaderno que me regaló K y todavía no he escrito nada en él.
Más ediciones repetidas. He caído en cuenta que compraba más de un sólo libro (aún cuando ya lo tuviera) por aquellos libros que tuve que abandonar. Me mudé muchas veces, no sólo fueron los libros que perdí en las mudanzas familiares, también aquellos que perdí en muchas otras de mis mudanzas. Platicando con Sol, cuando todavía ansiábamos compartir esa complicidad de vivir juntos, recuerdo que muchas veces le conté que esperaba tener un lugar donde poner mis libros. Que en realidad no me quería deshacer de ellos. Aún cuando está ese otro lado práctico: la biblioteca digital. Ahora es posible tener cientos de libros, miles, en una pequeña memoria. Todos estos libros que están en mis libreros, caben en una sola memoria de dos gigas. Hasta diez veces. ¿Entonces cuál es la necedad de tener el papel, las hojas, las portadas, los separadores, las letras de uno? Unos dicen que el olor de un libro nuevo (hablan de eso), otros dicen que el sonido de las hojas al moverse (insisten en ello). Ese pareciera ser el primer espíritu de un libro. Esas razones me parecen las de un recién nacido que identifica a su madre y necesita aferrarse a ella para estar seguro. No es el olor o el sonido. Si quisiera descubrirlo, primero diría que es el tacto. Las hojas porosas entre los dedos, que despiden, y te regresan, parte de lo que fuiste o lo que fueron otras personas. El tacto es conocer. A través de la piel reconocemos. Al abandonar el tacto, desconocemos.
Este es uno de los tesoros de mi librero once. Onetti y sus cuentos completos. Incluye algunos cuentos que no se terminaron, y algunas notas. La primera oportunidad que tuve de conocer el pueblo de Santa María. Después leí fragmentos de sus novelas (las cuales aún debo conseguir y devorar). Onetti, el anti-héroe de la literatura. Un verdadero escritor. Este libro lo vi en la FIL Guadalajara del 2004, sin embargo, no lo compré porque en ese momento me encontré con otro tesoro: Una traducción peruana de “El libro de la almohada” de Sei Shōnagon (y otros que había visto en días anteriores). En ese momento, me acompañaba una amiga y al final de los días en la FIL, me lo regaló. Éste libro me salvó, muchas veces.
Este otro, es el famoso “Ponche de los deseos” de Ende. Digo famoso, porque lo encontré mencionado varias veces en mis diversas pesquisas al autor. Aunque su obra prima, aquel que lo catapultó en el mundo de la literatura, fue Jim Botón… este libro salía como una referencia oscura. No hablaban mucho de él, pero siempre era mencionado. Me provocaba curiosidad, sin embargo, no hice más del mínimo esfuerzo por obtenerlo. Después de como “Jojo” y como “La prisión de la libertad” llegaron a mis manos, me di cuenta que eventualmente llegaría. Sólo que no sabía de que forma. Una navidad del 2007, un compañero de trabajo, en la fiesta de fin de año, me lo entregó con la dedicatoria. Desde entonces, consideré a Otto más que un compañero, sino como un amigo.
Entre estos libros, esta “Filosofía del tocador”. Es… digamos, mi preferido del Marqués. Es la perversión progresiva de una jovencita escrito como obra teatral. Ya quisiera ver que alguien la represente alguna vez, sin cortes, ni censuras, ni una exageración recursos teatrales para suavizar al público. Lo leí estando chaval. Ahí conocí por primera vez el verdadero significado de la palabra “carajo” (gracias a la traducción, por supuesto).
Otra pequeña joya, es el refranero de Sancho Panza compilado por la UAM. Recuerdo que lo vi, que pregunté su precio y este me llegó como una bofetada. En ese momento estaba leyendo el Quijote. Le di vueltas al libro, al lugar donde lo vendían, y pensaba–. Bueno, si eso se arregla con un marcador y tu libro, y ya –Sin embargo… siendo honestos, no lo iba a hacer, al menos no en ese momento. Regresé a comprarlo y me dejé de pendejadas.
“El Gnopo” es un libro curioso. Es un libro juvenil, y mi tía Imperio lo compró para que mi hermano leyera. Las ilustraciones son ingeniosas, variadas, divertidas. El libro en sí, no es malo. Es bueno para los niños. Oraciones y párrafos largos. Descripciones detalladas. Un tema ambiental. Referencias al rock progresivo y a la cultura pop.
Y al final, este es uno de mis diarios. Muchas cosas se esconden atrás del azul. Esos misterios algún día serán revelados, sino es que los quemo, como he hecho antes en el pasado.