Anoche me regalaron un lunar. Todavía no sé que hacer con él. Está lo obvio que es admirarlo o morderlo. Lo raro; acomodarlo debajo de los labios. O escribir una cursilería sin fin como la negrura del punto regalado sobre la piel de una incauta. Se me ha ocurrido una mejor idea y es ponerlo en el refrigerador. Un cuchillo de diamante podría ayudarme a dividirlo en rebanadas y así, tener un postre para toda la semana. A que se te acaba, me dice el sentido común, y el eco de una carcajada. No es el único lunar, y cuando los puntos se acaben, queda la piel que mancharon. Sangre guardada en refractarios, sesos distribuidos en toppers, corazón y pulmones molidos para hamburguesas, cuerdas vocales de entremés y las uñas de mero adorno culinario. En rebanadas pequeñas tendré comida para toda la vida.