En algún lugar, en todo el mundo, existe un grupo de gente que se llaman así mismo “los nublados”. Ellos nunca dan su nombre, porque su nombre protege toda su existencia. Por supuesto, los padres conocen los nombres de sus hijos, y los abuelos conocen el de los padres, pero no el de los nietos. El nombre es lo más importante para ellos, porque si alguien lo pronuncia mal o lo retuerce, pueden morir. Tienen clases para ello. Les enseñan las letras y cómo juntas forman los sonidos. Durante horas practican pronunciaciones de nombres falsos. También practican entonaciones. Unos, con el tono correcto, pueden sanar con la voz a otra persona. Otros, con el tono correcto, pueden manipularla durante toda la vida. Cada uno de ellos, además de vivir atados a su nombre, viven atados a su tono de voz. Cuando los amantes apenas se conocen, sólo se dan una o dos letras de un nombre que suele tener nueve. Incluso el sonido de las primeras letras puede ser placentero. Con ello reconocen la maestría que puede tener el amor de su vida para pronunciar su nombre en las noches cálidas de verano y en los insoportables fríos del invierno. Hay algunos que dan calor con la voz, hay algunos que sacian el hambre, otros enferman o matan deliberadamente. Dice alguna profecía, de algún texto viejo, que nacerá una persona con la posibilidad de darle nombre a todas las cosas y personas, y que no importa el nombre que hayan tenido en el pasado, él podrá borrarlo todo. Mientras tanto, a escondidas los jóvenes se dicen el nombre al oído y descubren que su cuerpo tiembla, se humedece y creen reconocer la purificación. Los padres celosos mandan detectives (porque son pocos los que pueden manipular por toda la vida a sus hijos para convertirlos en su exacto reflejo), cuya voz arranca la verdad, para descubrir los nombres que deberían estar ocultos. Los asesinos pronuncian el nombre, mientras miran en la oscuridad a la persona que van a matar. Las prostitutas piden cuatro letras del nombre de sus clientes, y esas cuatro letras son suficientes para provocar placer durante horas. Los poetas, durante horas, juegan con los sonidos y las sílabas y usan su voz para enamorar con cada palabra, aunque les va mejor cuando venden poemas para alguien en especial y van a su casa para recitarlos. Los políticos usan la misma frase, de distintas maneras: “No me digas tu nombre”, y a escondidas, pagan por los registros legales de las primeras letras. Los nublados se esconden como nosotros, aún cuando conozcan el arte del nombre y sus nueve letras. Los nublados tienen miedo que los descubran, pero también juegan a escondidas. Su dios es su propio nombre y sus enviados son aquellos que lo conocen.