No puedes escribir de películas, de tus paseos, de lo que miras en el techo, de lo que soñaste, del sol que entra por tu ventana, ni del muro blanco de tu oficina. No puedes escribir de tus sentimientos, ni de los árboles o las piedras, de los pájaros que se pierden cuando entran por error a tu ventana y mucho menos de las abejas que se atoran entre tus cortinas. Jamás hables de las gracias de tu perro, ni de los consumos exagerados a los que te sometes. Te drogas y ves cosas. Te duermes y el sueño te descubre la verdad. No quiero escucharlo. ¿A quién le interesa saber de los libros que leíste, de lo que viste en la televisión, de los juegos que jugaste, de tu alineación fantástica de futbol, o americano, o beisbol local? No veo porque debas hablar de tus parejas, de la buena noche que pasaron, de los detalles jugosos y húmedos, de las palabras que se dijeron y el amor eterno que se prometieron. ¡Qué caso tiene hablar de lo que otro dijo, de lo que otro desea, de lo que otro opina! ¿Y dime, por qué quieres discutirle y entregarle páginas, y documentos, y citas, y ejemplos prácticos, de qué su vida no es como la tuya y por eso jamás van a pensar lo mismo? Al final, cuando te despojes de todo eso… no te quedará nada de qué hablar. Tal vez al final, el silencio es mejor de lo que esperabas.
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