Uno de los días que me perdí caminando, encontré esta capilla sin techo y sin piso de losa. No fue hasta hace poco que en el coche, con mi esposa, pasamos por ahí y pude tomarle una foto. La primera vez que la encontré pensé que era muy grande y la segunda, me di cuenta del tamaño verdadero. Es pequeña, y así, en medio de la nada, en medio de lotes baldíos y casas a medio construir me parece perfecta. La primera vez que la encontré, bueno, estaba perdido. Caminé durante varias horas ese día, y aunque sabía que no podía confiar en mi falso sentido de la orientación para llegar a casa, pensaba que debía disfrutarlo. Hasta que me encontré la capilla sin techo y sin piso. Una combinación de tristeza e incomodidad me invadieron. Me detuve en aquella ocasión a mirar desde el otro lado de la calle. No quise acercarme, sólo la miré de lejos. Hice lo mismo la segunda vez, cuando tomé la foto. No quise entrar. Es tonto porque no tiene entrada, pero uno sabe, uno tiene un radar para avisar cuando se atraviesan líneas o habitaciones, territorios que no le pertenecen o no le incumben. Pensé en escenarios: Éste escenario es perfecto para cualquier tipo de historia, incluso la historia de un ateo. Cualquiera puede inventar una historia de éste lugar, cualquiera le puede inventar un pasado o un futuro. Ésta iglesia, a medio construir, parece que cabe en todas partes. En la tristeza, en el amor, en la ciencia ficción, en el sueño, en una obra de Shakespeare o en la fantasía. Es tal vez por eso que me incomoda tanto… porque la mera visión de éste lugar, me hace pensar en todo y a la vez, nada concreto. No me sorprendería que en algún momento Alonso Quijano perdiera la cordura de nuevo, mirara la fotografía y susurrara, travieso, ¿recuerdas la cueva de Montesinos?