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Necesitaba dejar la ciudad para darme cuenta que me gusta, y me gusta mucho. Me gusta el tráfico, el exceso de gente y ese velo gris que constantemente amenaza con oscurecerla perpetuamente. Ahora como turista, paseo con tiempo las tiendas, los pequeños lugares para comer que jamás encontrarás en otro lugar, los amigos y familiares que se presentan como un fantasma en las esquinas. Entro a la ciudad y lo único que puedo pensar es en la necesidad de buscar aventura y recuerdos, caminos que me reafirmen y me transformen.
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Adoro “La Crepería de la Paz”. El nombre del restaurante es en francés, pero no lo recuerdo exactamente. Hay uno en Polanco y otro en la Condesa. Sí, ya sé, hablar de la condesa y dónde comer es de lo más mamón en esta tierra, pero ahora que estoy lejos lo aprecio. Café, crepas dulces y luz de velas. Un lugar para platicar durante horas mientras el paladar aún te sabe a un dulce muy sutil que modifica tus palabras. El trato es excelente. No es caro.
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Pasear en un jardín, un domingo en la noche, dentro de la Ciudad de México es como atravesar una puerta que te lleva lejos. Un mundo dentro del mundo. El silencio del parque, con parejas y amigos que platican a todo volumen, el sonido del viento contra los árboles, el escándalo de los coches y la potencia de las luces artificiales que se amortiguan contra el follaje de los árboles. Los amantes hablan en secreto en alguna banqueta, se tocan el cuello y rozan sus labios. Afuera, la ciudad, sus luces y su gran escándalo viven en otro tiempo.
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La Ciudad tiene la tensión del festejo encima. Los trabajadores del gobierno trabajan duramente para montar las pantallas sobre Reforma y los policías ya cierran calles, como un simulacro para una ciudad caótica. México, celebramos doscientos años de identidad, de ser mexicanos, de nuestra independencia. El dinero pasa por todas las manos posibles y lo manipulan para demostrar que el gasto se está haciendo. Tendremos una majestuosa fiesta, digna de monarquía y de pueblo, dicen y dicen. El Bicentenario se siente con toda su potencia mediática en la capital. Muchos lo condenan como un gasto, como un festejo vacío que no debería suceder por la ola de violencia en el país. Otros más, un tanto optimistas, desean que la fiesta sea una especie de unidad nacional y después, yo creo, vendrá la Era de Acuario. Yo sólo quiero mirar.
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Tan pronto regrese a Puebla, me espera una ida al Zócalo para mirar los fuegos artificiales.
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En Carrillo, me tocó acompañarlos un día entero, con el viejo estrés de un director al que no le gusta el casting y los caprichos de una producción que necesita algo mejor, por menos dinero. El cliente siempre tiene la razón. Moví computadoras de un lugar a otro, ayudé a capturar y transformar un poco de material y compartí pequeños y deliciosos momentos. El primer día que los visité dio la coincidencia que se reunieron varios de los que alguna vez trabajamos juntos. -Entonces es cierto, estoy condenada a regresar a Carrillo Casting -susurró Mellye. Así es chamaquita. Todos regresamos al origen.
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No sólo mis pasos me llevan a Carrillo, también me llevan al CUM, a Filosofía y Letras, a la Narvarte, al viejo mercado Kennedy y a Zaragoza. Constantemente, mis piernas me llevan a recorrer el origen, una y otra vez.
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Paseando con mi hermano, vi brevemente un grupo de danza regional y recordé las piernas de cierta bailarina folclórica que me volvían un poco loco.
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Podría hablar de mi hermano y sus estudios en matemáticas. -Nosotros, los matemáticos, tenemos la obligación de demostrarlo todo -y después me dio una serie de ejemplos prácticos que traté de imaginar, pero sencillamente me fue imposible. Gradualmente, he reconocido en mi hermano una capacidad en la cual no tendré la disciplina, ni la necedad para aprender. Los años me hicieron más tolerante: No puedo saberlo todo. Siempre necesitaré gente que me enseñe, que me proponga, que me descubra lo que no puedo siquiera imaginar. Las personas son libros con patas, de las cuales puedes aprender mucho. Si quieres aprender más, busca personas que no sean como tú.
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Comer y compartir con mi familia, se ha vuelto más agradable.
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Me faltan anécdotas, pero las dejaré para un futuro. Hoy sólo pienso que debo regresar pronto a casa para que estos detalles conserven una memoria fresca y agradable. Extraño mi cama enorme, extraño apretar con fuerza las piernas de mi mujer y extraño a mi perro que sigue ausente, y probablemente regrese pronto. Extraño mi habitación, mi oficina personal, donde puedo fumar y no me mando a la reja. Ella me torturó en la semana, platicándome de los pastelitos que horneó y ya no podré comer, y no tuve el valor para decirle que en casa, mis tíos tenían helado y pasteles todos los días. Esta cama desde donde escribo, ya no me es cómoda desde hace tiempo. Esta cama ya no es mi cama.
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