Salí a tomar un café. Una pareja estaba frente a mí. Leía, luego le miraba las botas, luego leía otra vez. Mi cabello húmedo goteaba por la lluvia que me agarró a medio camino. Prendí un cigarrillo, mi garganta se quejó, además de la lluvia y la gripe, perdí algo en el camino. Oscar habla de María, y la disposición que tiene para comprar tambores de hojalata. Oscar habla de los errores que cometió, pero no se siente culpable. La chica de enfrente exclama–. No pude decirle nada, porque era su depa –El chico, visiblemente interesado en ella, le sonríe, pero no se atreve a tomarle la mano. Lo está usando, pensé. La clásica historia del amigo que desea, y no hace nada. Es el tiempo el que se encarga de convertir el capricho en infatuación y tal vez amor. Pensé en mi perro y sus lágrimas artificiales. –Probablemente las necesite para toda la vida –nos dijo la veterinaria. Lágrimas de cocodrilo encapsuladas. Perdí, pensé, perdí una oportunidad más. Tienes que perder muchas veces, luego pensé, a manera de consuelo. El consuelo de los pendejos, diría mi abuela. Oscar tiene nuevos tambores gracias a María. Mi mujer llegó en su auto. Cerré mi lectura y apagué mi cigarrillo.