Ese viaje interno que hice por las raíces del árbol, me presentó un montón de detalles y números. Uno de ellos, es que tengo un amigo escritor con el que llevo más de cinco o seis (tal vez siete) años platicando intermitentemente. Tan pronto me di cuenta de que llevábamos años de conocernos, abrí una ventana en google talk e hice lo que debía hacer: “Chinga tu madre”. Send. Casi siempre lo trataba de usted, porque es uno de esos buenos escritores y a mi me intimidan los buenos escritores. De verdad.
Pero bueno, ya era hora de mandarlo a chingar a su madre. De cuates.
Sí, me cuesta trabajo reconocer el tiempo. Cuando tenga un hijo pasarán años antes de que lo abrace, le diga que lo amo y tal vez (énfasis) en mi lecho de muerte le meteré el chingadazo final–. Estoy orgulloso de ti. ¿Se han fijado ahora cómo los padres son más amorosos, no sueltan ni una nalgadita y todos los días son un “te amo” bonito y funcional? No digo que todos los padres, pero se ve ahora en las escuelas y los paseos de feria, y esas cosas. La droga del amor o el temor del niño sin amor. Eso es para otro día.
Platiqué un poco con el escritor–: Cuando conocí tu blog recién me despidieron y lo abría para leerte. Solo podía pensar: pinche chamaco pendejo… que se la pasa escribiendo todos los días, y yo no puedo escribir ni una sola puta línea. Pos de eso se trata, ¿no? Le respondí. Pues sí, a veces tu nombre sale cuando hablamos de escritores e invariablemente te asociamos a eso que se llama escribir demasiado. Hay que darse un tiempo para “respirar el texto”.
No se lo dije esa noche, tuve que respirar la plática (obviamente). Sin embargo, el viaje de relectura me hizo descubrir que sí, respiro los textos. No sé ustedes como se lo imaginen. “Respirar el texto”, es tomarse esa pausa que un escritor hace mientras está escribiendo. Pensar lo que está por escribir o lo que ya escribió. El pensamiento puede tomar unos minutos, un cigarrillo, unos capítulos de televisión, muchos años después, doce mudanzas, un viaje por todo el mundo y luego, el escritor misteriosamente regresa a la hoja que abandonó y continúa lo que estaba escribiendo. Un universo de ficción congelado en el tiempo. Es un proceso de disciplina, cuyos mecanismos en algunas ocasiones, funcionan bien conmigo. Lo he hecho. He dejado de escribir un cuento o abandono los capítulos de una novela, para vivir y buscar una imagen que me ayude a continuar.
Pero hay otro proceso que encontré escondido en esta bitácora y es escribir el texto inmediato. Ese texto que se escribe de forma inmediata, guarda un lugar en mi memoria. Eventualmente (meses de diferencia), lo vuelvo a escribir o escribo una ligera continuación, diálogos o imágenes que están asociados, atados a él. Años después, escribo la versión final del texto. Ese es el otro método. Un método que adquirí con la disciplina de escribir. Una forma diferente de respirar, que seguramente muchos otros escritores aplican en sus cuadernos de trabajo, a escondidas del público. Escribir líneas, párrafos, personajes que eventualmente llegarán al cuaderno bueno.
Así respiro.