La memoria de los Óscares está fresca. El día de ayer Natalie Portman ganó la estatuilla por su actuación como el cisne negro y que una de las mentes maestras de Pixar gritó en el micrófono que su empresa era el mejor lugar para hacer cine. Collin Firth, el caballero inglés, hizo bromas acerca de su propia carrera mientras acariciaba su premio. La directora que ganó el Oscar por mejor película extranjera, insistió en que se sentía honrada por el Oscar que tenía entre sus manos, mientras los comentaristas mexicanos decían con cierto desdén que había perdido Iñárritu y su Biutiful. Kirk Douglas hacía como un viejo bufón mientras cargaba en sus hombros años respetables de carreras. En algún momento, vemos el homenaje a los actores, productores, escritores, hombres de la industria en Hollywood que pasaron a mejor vida y reconocemos algunos rostros: Leslie Nielsen y Dennis Hopper. En el homenaje reconocemos algunos nombres de escritores y productores que de tanto verlos, se siente una vaga familiaridad y lo lamento, pero hoy ya no los recuerdo.

Los Óscares son una de tantas realezas actuales. Hombres y mujeres, caballerosos o extravagantes, que visten ropa de diseñador y ganan miles, a veces millones, de dólares por película. Es un proceso que inicia durante las horas que toma para que estos héroes modernos atraviesen la alfombra roja. Reciben preguntas de todo tipo: halagadoras, promotoras, incómodas. Recuerdan esas primeras clases de como caminar, en tacones y sin ellos. Ya estando adentro, las cámaras se enfocan a los consagrados y los que están por consagrarse. Los consagrados no sólo se compran sus mansiones en Beverly Hills, si no que siguen ganando el dinero para mantenerlas. Millones de personas sintonizamos la transmisión y observamos los rostros que nos parecen familiares, después de años de visitas al cine, de bajar películas en internet o cacharlas en televisión. Son reyes, reinas y los alfiles. Los peones somos nosotros. Los actores jóvenes son peones que han logrado transformarse en reyes durante un juego y si tienen suerte, repetirán la hazaña.

Los primeros premios suelen ser los más aburridos. Hombres técnicos que agradecen cosas técnicas. Es el momento más humilde del programa y honestamente, los hombres que pasan al frente no tienen la preparación para hablar frente a tantas personas sin ser burdos y sencillos. No son tan perfectos con todo y smoking. Son los caballos y las torres, son los obreros de la estructura. Personajes que no le dan una vida a las palabras, no como lo haría un director o un actor. Tal vez los guionistas, pero el guionista eficaz, así como el escritor, siempre agradecerá un hombre que pueda darle la intensidad requerida a las palabras. Estos premios apelan a los hombres que aprecian la construcción de una película: Sonido, efectos especiales, dirección de arte, dirección de vestuario. Son el aperitivo para los amantes del detalle. Dejemos al final todo aquello con lo que todos pueden relacionarse: actitudes, creación e imaginación.

Anoche vi algunos de los premios y los actores que recibían al hombre de oro. Esa es una gran oportunidad de actuación. Historias de realeza que vienen acompañada de sueños y de un agradecimiento a los padres. Los actores jamás son de pocas palabras e interpretan su figura pública con grandeza y explotan años de desarrollo. Christian Bale, hace como que no enloquece cada que toma un papel y que simplemente es un actor. Collin Firth repite ese arquetipo del actor que siempre es un secundario, ese inglés caballeroso que nunca recibió tanta atención y es momento de una elegante, y dulce, venganza cuando gana la estatua por el actor principal. “Why aren’t you laughing, Collin?” le preguntaba Douglas en cada oportunidad, “Now you’re laughing”. Natalie Portman en el juego de la mujercita sencilla que esconde toda la preparación y la obsesión de tener las cosas justo como las quiere. Leo, esa actriz que apareció “repentinamente”, y muta, y se transforma, y le arrebató de las manos a una Annete Bening que por disimulo y decoro, tuvo que aplaudir. El mejor actor es el que actúa que no actúa.

Los directores de fotografía, o los directores de la película, generalmente apelan a su niñez, ese recuerdo de cuando tenían una cámara en las manos y los padres apoyaban o rechazaban la idea. –Mírame ahora –dicen–. Estoy aquí, con esta estatua en las manos y agradezco a mis padres por negarse (o aceptarlo), agradezco mi necedad y mi colmillo para aguantar en este negocio. De eso se trata, de colmillo. La fábrica de sueños y de humo en el punto más alto de ebullición. El que sueña con ser cineasta, no importa donde se encuentre, se ve reflejado en esas palabras y deseará estar ahí algún día.

En México tenemos esa intensa esperanza de que nos reconozcan la película extranjera. Los periódicos y los medios hacen una lista de todas esas películas mexicanas, los directores mexicanos, las historias mexicanas, que siempre han estado a punto de ganar la estatua. México entero quiere ganar un Oscar y nos hacemos la ilusión de que mandamos a un representante, cuando es el representante quien ha tenido que pelear contra México y sus políticas de creación tan faltas de imaginación y presupuesto. Viene el argumento lógico de “En México hace falta más cine” y en México hacen falta muchas cosas: Más comida, más trabajo, más lectores, más educación y más cultura. Más, más, más. El viaje que hace cada director, escritor o actor mexicano para verse nombrado en los óscares, debe ser un viaje todavía más largo mientras arrastra las cadenas con el peso de México en los tobillos. Pero… ¿debería verse realmente afortunado de ver su nombre en la fábrica de humo? En un mundo ideal eso no importa, el cineasta sólo querrá hacer cine, así como el escritor no piensa otra cosa que escribir y el actor sólo vive actuando. “I do not live to act, I am acting to live”.

No soy muy fanático de ver los Oscares completitos. Prefiero leer los ganadores al día siguiente y como lo hace mucha gente, solamente me intereso en los estelares: Mejor Actor, Mejor Actriz, Mejor Actor de Reparto, Mejor Actriz de Reparto, Mejor Director, Mejor Película, Mejor Guión. Por ahí leí que la película de Burton ganó por mejor dirección de Arte en la película de Alicia y sentí que fue un regalo, para que no se sintiera tan mal por su bodrio. Ahora que ha terminado la “tortura” y pasó el evento, las cadenas de cine por fin liberarán las películas y cambiarán los pósteres–. Ganadora de mejor guión, actriz de mejor película, nominada a tantísimos óscares y etcétera. Así se aprovechan de traer más gente a las salas y exigir dinero porque han liberado los espíritus que le dieron luz al evento de este año. El Oscar es una gran promoción de historias, pequeñas historias de dos horas máximo. Nos ayuda a confirmar como si fuéramos críticos las actuaciones, las historias, la iluminación y los efectos. Pagamos para formarnos un juicio rápido y aparentemente crítico… qué buen negocio. En México, como todo el mundo, necesitamos más crítica ligera y por cincuenta pesos de un boleto de cine, es un gran comienzo.