Estoy parpadeando copiosamente. Ese adverbio me gusta: copiosamente. He dormido de maneras extrañas y misteriosas estos días, y aún así, me siento descansado. No, más bien es una ilusión. La ilusión del descanso. Ambos perros duermen. Mejor. Anoche trabajé con la televisión prendida en un canal de caricaturas. Caricaturas viejas, de los años cuarenta y cincuenta. Crecí con ellas. He pensado que si tengo un hijo o una hija, me gustaría que viera estas caricaturas.
Ese parece un tema adulto de vital importancia: Las caricaturas y cómo lo que se ve actualmente es una porquería. Esta oración final viene acompañada de un tono de voz firme. A veces, parece uno de los temas más importantes de la humanidad y es, para el adulto contemporáneo, un buen tema para romper el hielo. Yo miraba caricaturas de los ochentas y noventas: He-Man, Thundercats, los Halcones Galácticos, las dos de los Cazafantasmas y los fines de semana, las viejas caricaturas de Disney, los personajes de Warner (Bugs Bunny, el Pato Lucas… perdón… Daffy Duck), una que otra de Hannah Barbera (Scooby, Thun-darr el bárbaro, Tiroloco Mcgraw, Penélope y los mafiosos). Etcétera.
La década de los noventas, con la entrada de Cartoon Network, trajo varios personajes a juego y un deseo por crear nuevas animaciones, nuevos personajes. Ese tipo de animación, de bordes gruesos y dibujos aparentemente descuidados, nació gracias a la era digital. Era más fácil ya ilustrar y colorear a través de una computadora, que hacer el gasto en cinta, celuloide, etcétera. Tuvimos Rocko, Bob Esponja, Rugrats, Dexter’s Lab, el Fantasma del Espacio Costa a Costa, Pinky y Cerebro, la Vaca y el Pollito. Son caricaturas que apelan más a la niñez de mi hermano que a la mía. Lo que hacen diez años de animación, supongo. Yo pensaba que He-Man era épico. Le pongo un episodio de He-Man y me lo destroza en cinco minutos. No se diga de los Thundercats. Viene el discurso de que las caricaturas de ese entonces eran una idiotez y la verdad es qué, no importa la animación, siguen historias similares y probadas. Como en ciertos estilos de literatura rápida, pero en cortos de veintidós minutos.
¿Qué se mira en los dos mil? ¿En los dos mil diez? Ben 10, Phineas y Ferb, cositas así. Ese humor por el absurdo que se ha intensificado con los años. El absurdo permite historias menos coherentes, menos consistentes y se evita el doloroso proceso de crear un arco. El espectador no tiene que sufrir el procesos de mantener una historia en la cabeza durante varios días. El niño espectador es ahora el adulto espectador. La espesura de una historia infantil en la televisión común continúa en reducción. Otra cosa más que se ha hecho más “pequeña”, junto con los libros, el lenguaje, la música. No digo que sea terrible, simplemente es y me hace preguntarme qué sigue. ¿Se avecina el ciclo? En veinte años ¿cuál será la introducción a las historias, a la narración televisiva para los chamaquitos?
Día siguiente, estoy viendo Johnny Quest, en un episodio donde descubren un “vikingo” orangután gigante. El “vikingo” orangután gigante, aún cuándo es gigante y se ve malo, es en realidad una criatura de buenos deseos. Es una combinación entre King Kong y una expedición de Alfred Lansig. El malvado sonríe como malvado y engaña al bonachón musculoso de Race. –Quiero llevarme al vikingo a Nueva York, para ser famoso y ganar dinero. ¿Por qué nadie me deja? Muajajá –Se ríe con cada cosa que le dice. Pueden intuir la historia o probablemente ya la vieron. ¿Y Perry? ¿Y los Simpsons? “Le daré un obsequio a nuestro amigo peludo”, dice Race, mientras salva al doctor Quest y a Johnny de un oso polar.
¿Hacía dónde se dirige el vikingo, papá? Hacia el ocaso Johnny, hacia donde van las leyendas. El doctor Quest lo dice con firmeza. Hasta pronto vikingo.