Noches atrás, Nico estaba muy inquieta y corrió de un lado a otro de la casa como si de ello dependiera su vida. Según la intensa investigación que he estado haciendo acerca de los perros y sus manías, es resultado de que tiene mucha energía y tiene que salir a pasear. Eso la tranquilizaría (en teoría). “Los perros son paseadores, son cazadores. Necesitan salir a pasear… TODOS LOS DÍAS”. Apenas lleva la segunda vacuna de cuatro que piensan darle. Otra investigación me ha llevado a preguntarme si ya puedo sacarla a pasear y hay muchos que dicen que sí, que los sacan a pasear justo después de la segunda vacuna, y hay muchos otros que dicen que no, que eso es algo irresponsable y sucederá algo ominoso si rompes la regla. Qué buena investigación me aventé. Finalmente, la veterinaria de Nico dice después de cada vacuna: Nada de sacarla a la calle. Eso debería conformarme.

La miro con ojos entrecerrados, escrutando más allá del hocico, las orejotas y las patotas de boxeador. Me pregunto donde está ese gen del lobo, ese instinto primitivo de salir a cazar. Anoche durmió con la cabeza colgando del borde de su cama, comenzó a roncar, se le salió la lengua y todo lo que había logrado imaginar de su personalidad como la de un lobo, se esfumó mientras un hilillo de baba se le resbalaba de la comisura del hocico. Hay otras veces que toma una de sus carnazas y con la cabeza levantada, corre afuera para morderla mientras se tira al sol. Camina orgullosa, moviendo las nalgas de un lado para otro y sus orejas golpean ligeramente su rostro cuando mueve el hocico ocupado al ritmo de las nalgas. Coqueta y babosa, pienso. ¿Dónde está el lobo?

Esa noche, después de darle varias vueltas a la mesa donde me instalé temporalmente, le di una orden y la cargué en brazos. La llevé conmigo a que conociera el vecindario donde vivimos y en el que nos queda poco tiempo. Nico se quedó quieta y sencillamente observó. La acercaba a los postes para que los oliera y ligeramente a las rejas de otras casas. Un vecino me dio las buenas noches y le respondí educadamente, mientras hablaba con ella y le enseñaba las cosas. Los perros no entienden, por eso son excelentes escuchas. Dimos una vuelta completa. No ladró y los perros de otras casas no le ladraron. Tiene sus beneficios vivir de noche.

Cuando regresamos a casa, la dejé en su cama y ella levantó la cabeza, miró la puerta en silencio. Todavía tenía memoria del mundo. Se levantó, caminó despacio a la puerta y la rascó una vez. Cuando la puerta no le respondió emitió uno de sus chillidos breves y regresó a su cama. La puerta no le respondió. Nico probablemente pensó que fue un sueño y luego lo olvidó, porque los perros no tienen memoria. No tienen pasado.

Sigo haciendo cuentas en la cabeza, no sólo por las vacunas, también por las peculiaridades de la raza. Nos la dieron de dos meses cuando un basset se entrega a los cuatro. El basset tiene que aprender a jugar con sus hermanos para no morderles las orejas y la madre tiene que enseñarle los trucos de la vida. El único ejemplo que tiene es el Killer, un perro viejo de ocho años que le gruñe porque tiene en la cabeza que toda la casa es su propiedad. A veces permito que se molesten, porque ella tiene que aprender a dejarlo solo y porque él tiene que aprender a convivir con ella. Otras veces los separo porque ya tienen las patas el uno sobre el otro y ya están girando por toda la casa. Al menos Killer ya no parece perro viejo. Parece más animado desde que el cachorro vive con nosotros.

Su apetito es insaciable. Generalmente, después de comer, levanto su plato para que no lo esté empujando con la nariz y crea que las croquetas aparecen como acto de magia. Ya se acabó el pequeño huerto de zanahorias que tenía Sol y casi terminó con su maceta de fresas. Killer, en un acto de piedad, le enseñó a cavar agujeros en la tierra. Ese día Killer estaba sobre la maceta, en una esquina, observando su obra como lo haría un faraón después de encargar las pirámides. El Killer era una esfinge orgullosa. Alrededor toda la tierra estaba tirada. Nico lo miraba con atención en una esquina, como buena alumna, un niño que había descubierto algo. Yo sólo me froté el rostro y barrí el exceso de tierra. Sanamente, he decidido que todo lo que hagan afuera, es cosa suya. Un espacio un poco más grande de libertad.

A medio día les abro la puerta. El sol alcanza a entrar a esa hora. Muevo las camas para invitarlos a que se acuesten y disfruten. Killer de vez en cuando se levanta a ladrar si viene alguien a dejar publicidad y Nico se levanta a llorarle al mensajero cuando se va. Ella cree que la humanidad entera es su familia. Tal vez ella pueda enseñarnos algo, aún cuando se mueva como un payaso y duerma con la lengua de fuera como un ahorcado. Después de aquella noche, cuando les dejo la puerta abierta, Nico se asoma y escucha con atención. Parece que tiene un recuerdo muy breve. Ya logró identificar algo. –Tranquila –le digo, como si me entendiera–. Pronto saldrás a conocer ese mundo enorme que hay afuera.