Sol disfruta que estos días me he levantado más temprano. Para ella, un hombre productivo es el que se levanta tan pronto el sol entra por la ventana. No cree en la habilidad de la noche para despertar una producción o la creatividad. Lo cierto es que estos últimos días de cachorro son muy similares a mis días en la secundaria o en la preparatoria. Esos días lejanos donde ocupaba las tardes para dormir la siesta y luego me despertaba a tontear, en lo que decidía hacer las tareas. Nico me ha mantenido en esos horarios, donde a las nueve abro los ojos, me bajo al sillón y trato de convencerle de dormir un poco más. Solo pasan media hora o cuarenta minutos, antes de que se acerque a lamerme la barba y yo hacer caras de espanto. De asco no. Antes me parecía asqueroso. Ya que tienes un perro te es más fácil aceptar esa intrusión de la lengua canina.
Hay límites, sí. Jamás permitiría que un canino me lamiera las gónadas.
Las mañanas abren espacio a otro tipo de recuerdos. Recordé ayer cuando mi madre me llevó a cenar al restaurante giratorio del Hotel de México (Ahora el World Trade Center). Era muy pequeño, no sabría cuántos años, pero recuerdo que fue mi primer restaurante lujoso. Mi madre me enseñó a ponerme la servilleta en las piernas y se lo preguntó al mesero, para que este reforzara la enseñanza de los modales. Todavía puedo recordar la amabilidad del mesero, tan característica en uno de esos restaurantes donde se paga más. ¿Por qué habremos ido a ese lugar? Mi madre me dio la carta, tal vez leí, tal vez nada. Le pregunté si podía pedir lo que quisiera y ella me dijo que sí. Pedí huevos revueltos porque era lo mejor que conocía. Lamentablemente no estábamos ubicados cerca de las ventanas. No tengo en la memoria la vista de la ciudad, no en ese caso. El recuerdo está inconcluso. Cuando envejezca, seguro podré inventarle más detalles. La memoria es engañosa. Crees recordar con exactitud pero en realidad inventas. Agregas detalles de acuerdo a lo que te parece lógico. La memoria es la creación de una historia que se adapta a ti. Me parece recordar que había una tercera persona pero no puedo recordar con exactitud quien. Era muy pequeño. Seguramente me llevó unos días antes de que cerraran el lugar. Un poco de investigación me daría respuestas y a la vez, seguiría reemplazando recuerdos con inventos.
Bob, el cacto, abre unos ojos vegetales y mira a Nico dormir. Tiembla un poco. Ahora que despierto en las mañanas y observo al cacto tomando el sol, este sonríe burlón y me señala con cientos de espinas. Luego mira a Nico y se pone a temblar. Me van a comer, parece decir, me van a usar como material para cambio de dientes. Ambos nos burlamos el uno del otro. Esto no es la invención de un recuerdo, es algo que sucede todas estas mañanas y cuando pasen los años, seguro agregaré o quitaré detalles. La memoria es un artificio engañoso y entretenido. Al viejo no le queda otra cosa que la memoria, pero qué memoria. Puede hacer lo que deseé con ella. Construir un mundo que ya no es, reconstruirlo como debe ser. No muchos escuchan a los viejos.
Algunas mañanas me despierto con la sensación de un poema de Bellows en la cabeza. No recuerdo el título del poema, no recuerdo las palabras exactas, lo más que puedo recordar es como un campo de trigo se transforma en un mar. Un hombre habla de su padre. Esa es otra memoria difusa. Hace tanto que leí el poema… años ya. Recuerdo la sensación mientras lo leía, pero no tuve la delicadeza de memorizarlo, ni de analizarlo más a detalle. Debo tenerlo en uno de los libros en la biblioteca. Eventualmente lo buscaré. Mientras tanto, el astillero de Onetti me sigue arrastrando a esa mentira de hombres que ya se perdieron en un abismo personal, en el abismo de vivir y soportar Santa María, en hombres que ya aceptaron su destino y se lo dejaron a manos de Dios Brausen.
No queda otra cosa. Debo disfrutar estas mañanas exponenciales.