He tenido poco trabajo y el trabajo que hay, se hace en automático. En las mañanas los perros y yo salimos a pasear una de tres rutas de veinte minutos a media hora. Hemos tenido tiempo de aprender como es nuestro vecindario por las mañanas y reconocer a otros perros. Cuando llegamos a casa, hago una hora de ejercicio. Hay rutinas que requieren que esté en el piso, como las lagartijas o los puentes, y entonces Nico se me sube al estómago y triplica la dificultad. Me escucho respirando como un fumador mientras el basset me empuja el vientre, me lame la barbilla o el rostro, y jadeando, le ruego que se baje. Según el monitoreo, estos últimos cuatro días he bajado 400 gramos diarios, lo cual me sorprende. Me anima a continuarlo, pero también, espero con recelo ese momento del peso estable.
Era hora de hacerlo.
Hoy se cumple un mes, un día, desde que dejé de fumar. La otra vez estuve platicando con un amigo del abandono del cigarrillo y él me comentó una certeza–. Todo mundo comentará algo al oler su cigarrillo: Su esposa, sus amigos a los que le molesta o los que amonestan su salud. Nadie dirá nada cuando lo deje. Nadie se dará cuenta. Nadie le celebrará que no prenda el cigarrillo. Tal vez se den tinta algún día pero no cuente con ello. El trabajo de abandonarlo es solamente suyo, aún cuando los demás abran la bocota –Me dio risa, porque precisamente eso sucedió con mi esposa. Tres días después de dejar el cigarrillo, tuve que pedirle que fuera un poco más tolerante conmigo porque mi humor prometía fluctuaciones sin algo que me mantuviera ocupado en manos, en boca y en pensamientos. Ella se sorprendió y luego me felicitó. Exacto, todo mundo dirá algo, pero el trabajo es la necedad de una persona. Nadie te dará palmaditas, ni te regalará algo a cambio. A nadie le importa si estás fumando una cajetilla diaria, dos cigarritos o ni uno solo.
Quisiera decir que encuentro puros beneficios, pero no, hoy pienso en las pequeñas cosas a las que renuncié dentro de mis rutinas. Por ejemplo, esos cinco o diez minutos que me tomaba para salir a fumar durante una reunión o una cena. El pretexto de alejar el humo a las personas, para que no les moleste la peste, más bien era pedir soledad y silencio. Me gustaba fumar para pensar las cosas y para recordar el pasado. El hombre que se asoma por la ventana y prende el cigarrillo, o el hombre que está paseando por el parque, o simplemente sale a fumar a la banqueta, justo afuera de su casa.
Estar triste es la obligación de fumar todos esos cigarros que aún no existen.
— Alejandra Vergara (@Ictericia) 4 de abril de 2011
Mi tristeza está tristona porque dejé de fumar. La tristeza, la melancolía, el color sepia de recuerdos entre dulzones y trágicos, llevaban mis manos a la cajetilla y morir un poco más, mientras me dejaba llevar por los recuerdos. A falta de tragedia, las endorfinas del ejercicio reemplazan los brotes absurdos de la dopamina. El único castigo que sufre mi cuerpo, si acaso, son estas caminatas soleadas y que Nico salte de sorpresa a mi vientre mientras estoy tratando de hacer abdominales. Resulta que puedo acceder a los recuerdos sin dar algo a cambio y qué mal, porque el recuerdo es perder el presente e inutilizarlo todo ese momento que dura. Los cigarrillos servían para medir todo ese tipo de cuestiones.
Sí, sí, hay beneficios. Es divertido ahorrar dinero, es divertido enojarse con el gobierno y su alza a los impuestos, es divertido respirar bien y que no te apeste la boca. Es especialmente divertido oler un cigarrillo mientras vas pasando junto a un colega que justo lo está prendiendo y aspires con ganas de morirte gracias al humo de segunda mano. También es divertido presentarse a una reunión donde algún fumador, fuma sin reservas y piensas que este puede ser el momento justo para retomarlo. Me divierte pensar cuándo recaeré y por qué motivo. Qué cigarrito será el que me fume, quién me lo dará y por qué razón me lo fumaré despacio. El cigarrillo lejano también es una historia–. Me lo fumo porque se está acabando el mundo, me lo fumo porque la gente empezó a levantarse de sus tumbas, me lo fumo porque ya nació mi nieto, me lo fumo porque terminé una nueva novela. El cigarrillo para aumentar la intensidad del triunfo, cuando antes, servía para medir la muerte.
No se crean, no era tan extremo, muchos cigarrillos se me fueron en el tedio de la vida, en estar leyendo y mirar el monitor, en editar un proyecto para mañana, en vigilar a los actores en un comercial, en soportar a los niños antes de hacerles un casting, en esperar a que pasara la hora para entrar a la siguiente clase. El cigarrillo no sólo es muerte o triunfo, también es una vida aburrida llena de esperas. Tal vez por eso el cigarrillo parece más triste de lo que es, porque intuyes cuando una persona está fumando en espera de algo. ¿En espera de qué? ¿Y cómo sabes cuando esperan los que no fuman? No lo sabes, sólo los ves con sus vidas sanas y sus ojos al frente. Caminando sin chiste bajo la luz del sol, acompañados de sus perros y sus pasiones discretas.