El inicio de esa canción es suavecito, un momento que va subiendo en intensidad. Además, se oye bien bonito: “Mi cuerpo es una jaula”. El cuerpo es una carencia, algo que encierra o contiene los sentidos… ¿el alma? ¿los sentimientos? ¿Me veo limitado por la gracia de tener piernas, ojos, una nariz y dos cojones? “Libera mi espíritu”, dice la canción. Lo que me recuerda que alguna vez, sí, alguna vez, no sé a qué edad, espero que haya sido uno de esos momentos infantes o prepúberes, tal vez púber… participé en una discusión importantísima que trataba de explicar, una vez por todas, cual era la diferencia entre el alma y el espíritu. No me pregunten… porque seguramente escupiré los resultados de tal discusión, cuando la verdad es muy sencilla–. Al final podría decirse que son la misma cosa.

La restricción de los sentidos, el cuerpo como una jaula, empieza con pequeñas negaciones de placeres, de vicios, de comida o necesidades. El cuerpo es la jaula que vemos, pero los barrotes los pone nuestra cabeza. No digo que esté mal, o que esté bien. Tampoco propongo que deberíamos abrir nuestra mente para encontrar el séptimo sentido, ni sentir el flujo del cosmos que pasa a través de nuestros siete puntos. Sólo mantener la posibilidad a flote de que nuestra mente limita y moldea la forma de nuestro cuerpo, y que esta deja en claro los límites inmediatos, es una excelente forma de saber a dónde vamos, en qué terminaremos, a qué carcel estamos sometidos. Me imagino que sienten la misma ansiedad alguien que lleva años negándose el heladito de postre, como el que está gordo y no pasa día sin que se trague uno. El carcelero los está manipulando para sentir el mismo horror y la misma culpa.

Somos cuerpos que ponen un paso después del otro, cuerpos que caminan y que están buscando satisfacer sus deseos ateniéndose a los límites de su… espíritu, de su educación moral y social, de su religión. Somos jaulas qué, con todo, tienen la libertad de caminar sobre una Tierra que no es pequeña. Como si pudieran acabarse los libros, las palabras, las canciones, las oportunidades o las sensaciones. Como si de verdad pudiéramos atravesar los límites… rompernos la cabeza y que nuestro cuerpo se disuelva.

Uno quiere deshacerse del cuerpo cuando algo no le gusta. Llueve y uno piensa, puerilmente, ojalá no tuviera cuerpo para no empaparme. Uno engorda y se le ocurre, chistosamente, ojalá tuviera otro cuerpo, uno más delgado. Incluso puedo imaginarme al atleta más dedicado pensando que si tuviera brazos más fuertes, o piernas más delgadas, o una constitución más ágil, podría romper cualquier registro. ¿La negación del cuerpo o su rechazo, es una especie de libertad? ¿Dejarlo ir para dilucidar una realidad alterna donde se cumple una que otra fantasía?

El cuerpo es una jaula y nos guste o no, es la única jaula que tenemos. Ahora… si pudiéramos construir un cuerpo sintético en su totalidad, un cuerpo nuevo para cada uno de nosotros, y que estuviera al alcance de un suspiro… abusaríamos de todo. Sí, bueno, el sexo, las drogas, el alcohol… lo básico, ¿pero qué me dicen de los accidentes? ¿De las búsquedas de emoción? ¿De aventarse de un segundo o un tercer piso? Salir corriendo en las avenidas principales hasta que nos golpeé un auto y luego otro, dejarse caer a unos cuantos metros de altura desde un helicóptero o un acantilado, bajar las escaleras por el pasamanos como una caricatura para extender bien los brazos y estrellarnos contra el piso. ¿La mente se comportaría de otra forma sabiendo que puede sobrevivir?

No existirían los suicidas tristes.