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El día que conocí a Nico, lo hicimos afuera de la veterinaria que acostumbramos y llevamos a Killer con nosotros. Deseábamos ver –ilusamente– si el par de perros podía tolerarse mutuamente. Ese día, Killer acercó ligeramente su cabeza a Nico y la olfateó un par de veces. Con eso, creíamos que el asunto estaba saldado. No había forma de adivinar que Nico se convertiría en su pesadilla, esa que se dedica a perseguirlo por la casa mientras el otro le ladra y se queja, y busca lugares pequeños para esconderse. Al hacerlo, Nico se tira frustrada y chilla. Un chillido que es agudo y rápidamente progresa en gravedad, como la voz de un puberto que tiene la mala costumbre de modularse como quiere, provocando la vergüenza y la diversión de otros.
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El día que conocí a Nico, la pareja que la vendía traía dos cachorros de basset hound: Nico y su hermana. Me entregaron a Nico en brazos y sentí como sus garras se apretaron a mi antebrazo mientras la cargaba. Me dolía, pero no dije nada. Miraba a la otra perra en la caja, tenía un hermoso color negro en la cabeza y su cara era todavía más triste (estos cachorros, por supuesto, entre más tristes son más tiernos). Podía ver la hermosura de la otra perra y la cabeza café de Nico. La decisión no fue difícil. Sentí que Nico me necesitaba por la intensidad que me apretaba los brazos. ¿Y si la necesidad era mutua? Entregué a Nico, acordamos que se haría la compra, la fecha de entrega y no quise mirar a Nico con atención. La otra perra era bellísima y no quería que descubrir su cara, sus colores, sus rasgos en ese momento, influyeran una decisión que ya estaba tomando.
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Luego hablé con Sol y le dije que pensaba que había animales domésticos que nos acompañaban por etapas de nuestra vida y se volvían una especie de guardián metafísico, un amuleto, una imagen que era imposible separar en los recuerdos y que tocaban ciertas fibras para seguir nuestro camino. Le dije que disfrutaba salir a caminar con Killer, pero que Killer era suyo, era un perro que había vivido y había cambiado su vida. Era su compañero. Cuando Nico me apretó los brazos, me engañé en el momento preciso para creer que Nico era mi compañera, una compañera que con mucho cuidado y buena fortuna, habrá de acompañar mis pasos durante diez años.
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El engaño, como toda buena ficción, es voluntario.
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Las caminatas son pensamiento que se divide en varias capas. Mientras camino, puedo estar tomando fotografías y pensando como voy a colorearlas después (como si fuese una pintura) o discutiendo en voz alta lo que quiero hacer con lo que estoy escribiendo, el pendiente de ficción que me tenga más motivado. Cuando me acompaña Nico, ahora le pregunto en voz alta qué piensa de cierto personaje o qué piensa de cierto diálogo. Ella simplemente saca la lengua, me voltea a ver y espera que le de una galleta. A veces, interrumpe el flujo de pensamiento de manera natural, cuando me jala con fuerza para refrescar sus patas sobre el jardín o para buscar el hueso de res que, misteriosamente, apareció tirado a media calle.
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Nico también es un personaje, Nico no existe y me recuerda que mi existencia, lo mismo que ella, sólo es un pensamiento. Somos el sueño de un gigante.
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He aumentado mi ritmo de caminata. Ahora camino entre una y dos horas al día (Una hora en las mañanas, media hora en las tardes y media hora en las noches). Esto se traduce en 15,000 – 20,000 pasos al día (Contando, también, los cincuenta minutos que hago corriendo, y subiendo y bajando escaleras). Según un ranking que estoy siguiendo, hay un viejo que logra hacer cerca de medio millón de pasos cada semana. No entiendo como lo hace. A veces, me imagino que algún hijo de puta le prestó un cuenta pasos a un campesino, de esos que viven caminando alrededor del campo y que caminan al otro pueblo para hacer sus compras y que cada semana lo recoge, traspasa los datos y se ríe de todos los demás. Una manera de trucarlo sería ponerle el cuenta pasos a un perro.
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El cuenta pasos del Killer, en el día más activo de su existencia, sólo marcó treinta mil pasos.
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En el ranking, hubo dos perros que llegaron a los los trescientos – trescientos cincuenta mil pasos semanales. Eran un par de schnauzers. ¿En primer lugar? El viejo campesino, por supuesto.
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Me he puesto como una meta personal ganarle al viejo. He decidido prepararme para lograr, durante una semana, los sesenta mil pasos diarios. Diez mil pasos me toman una hora, así que a ojo de buen cubero, tendría que caminar seis o siete horas diarias a buen ritmo para lograr el resultado. También necesitaré encontrar una distancia y un camino razonable que me permite caminar con pocas interrupciones y que haga de la caminata algo agradable. He decidido seguir con mi rutina como está durante este año. El año siguiente haremos las pruebas pertinentes para ganarle a mi enemigo invisible… un viejo, con un ranking, en internet.
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Qué tal que es un monje budista. Qué tal que ese ranking es lo más importante de su existencia. Qué tal que Nintendo lo hace para jugar con mi mente. Qué tal que nunca superaré ese ranking porque el viejo se asegurará de ello.
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Mientras camino también escribo.
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- Las nueve vidas de una gata por Charles H. Bennett
- El perico infiel por Charles H. Bennet
- La rana quería ir de fiesta por Charles H. Bennet
- Dos fábulas y una canción de cuna por Charles H. Bennett
- El príncipe rana y otros cuentos por Walter Crane
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- La bella y la bestia y otros cuentos de Walter Crane
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