Hace siete años, escribí una serie de textos que en conjunto, formaban algo llamado el cien vidas. Empecé a escribirlo como muchas de las cosas que hice en este lugar: sin dirección, puro entretenimiento e irresponsabilidad. Durante cincuenta vidas que logré escribir aquel entonces, me encontré con la posibilidad de profundizar en la mitología que estaba generando el texto. No ceder a la microficción sino darle un universo consistente donde los personajes que giran alrededor del cien vidas se reencuentran.

Después de la evaluación y de la relectura, lo único que tengo claro es que algunos de los textos, por separado, funcionan como cuentos. Otros textos generan la ilusión de un universo contenido dentro de toda la obra. Los demás son chistes simplones.

Siete años después estoy trabajando el texto y me encuentro tomando decisiones—. ¿Qué quiero quitarle? ¿Qué debo dejarle? ¿Qué quiero hacer con él? Hoy me encontré pensando si debía manejar el texto en conjunto como minificciones y quitar toda posibilidad de generar un universo. O bien, ser consistente con las referencias de un mundo más grande y la búsqueda de que los episodios, como una cadena, puedan formar algo parecido a una novela. Cualquier decisión lleva a re-escribir mucho de la obra. Incluso empezarla de cero. ¿Y qué tal si me abandono y permito que la obra entera sea un chiste, tal cual empezó?

Otras decisiones involucran al tipo de lenguaje. Pensé en editar las palabras vulgares y buscar un lenguaje más elegante. Una decisión tan simple como esa, le quita lo entretenido a los textos más vulgares (o vuelve su re-escritura un reto). No hay mucho que hacer con un capítulo titulado el “a huevo” por ejemplo. En algunos textos “a huevo” es lo que identifica al cien vidas y reitera su necedad por cambiarse el disfraz.

El cien vidas es un accidente. Todavía recuerdo por qué escribí el primer cuento. Al final es una canción de muchos ritmos, tal vez demasiados. Es una melodía cacofónica. Sin embargo, esta es la promesa que sigue de los libros que tengo por escribir. Ya abrí el viejo cuaderno de notas para revisar lo que he escrito a lo largo de estos años de todo lo que se puede hacer con él.

Si ya me tuvo siete años de paciencia, qué no me tenga otros siete.