Es otra cosa. Recuerdo lo difícil que era conseguir todo: música, manuales explicativos, guías de juegos, libros, historias eróticas, no se diga imágenes, ni soñar con los videos, juegos crackeados, información de cualquier tipo. Conseguir una conexión de internet, un nombre de usuario y una contraseña, tener dinero para pagar los minutos que te costaba negar la voz a cambio de los unos y los ceros era un logro. El común que unía a los usuarios en un lugar para platicar es que tenían la capacidad de acceder a internet. No eran músicos, escritores, directores, ingenieros, contadores, médicos aburridos en sus horas de guardia, amas de casa, mecánicos o carniceros. Nada de eso. Eran internautas. Aquí me incluyo… Éramos gente que atravesaba cavernas en búsqueda de pequeños pedazos “de algo”, tal vez de sustancia. Éramos mineros picando piedra mientras compartíamos palabras (o nos ignorábamos a consciencia, tranquilamente, cada quien ensimismado en su propia búsqueda personal).
Hace unos minutos cerraron MegaUpload porque los acusan de lavado de dinero, conspiración contra el gobierno y… sí, claro, piratería. Noches atrás, varios servicios de internet oscurecieron sus páginas en protesta a unas leyes de un gobierno local que podían afectar al internet del mundo entero. Hace unos minutos, anónimo mató varias páginas en represalia al cierre de MegaUpload. ¿Debieron? Tal vez, tal vez no. Hay muchas opciones, por cada MegaUpload que cierra, tres servicios más abren. Hay alternativas que no son tan sencillas pero igual de funcionales. ¿Debieron cerrarlo? Ah, tal vez no. Es un precedente. Es meterle miedo a los usuarios de internet. Es complicarles las cosas que ya dábamos por garantizadas, sencillas.
Las maneras de verlo ahora son infinitas porque ahora somos millones de hormigas en el túnel, en nuestras propias búsquedas, haciendo nuestros propios trucos, tratando de compartir lo mismo que otros comparten y a la vez nos hace únicos, nos hace especiales, nos hace una hormiga de color. Ah… sí, en este túnel, todos somos hormigas: Barack Obama es una hormiga, Felipe Calderón es una hormiga, mi sobrina es una hormiga, yo soy una hormiga. No sabemos todavía lo que estamos trabajando pero aquí estamos, atados a ciertos correos electrónicos, a ciertas redes sociales, a ciertos pedazos de información que vienen de lejos pero los queremos cerca.
Parece que ya no somos internautas. Parece… bueno, que gradualmente nos estamos convirtiendo en soldados de una guerra digital. ¿Será posible? Creo que para la tranquilidad de nuestra alma binaria tenemos que escoger una postura para que las cosas puedan avanzar y resolverse: Estoy de acuerdo con compartir a mis amigos, a mi familia, y al prójimo del mundo entero, las fotos de los gatos risueños estampados con letras amarillas para que entiendan todo aquello de lo que me río. Estoy de acuerdo que un sólo gobierno, en un sólo país, esté presionando a los gobiernos del mundo para que adquieran el control de una herramienta global que ofrece oportunidades infinitas. Estoy de acuerdo con crear mi bitácora en video usando música de los Smiths de fondo para darle un tono a mis propias palabras. Estoy escribiendo un cuento con los personajes de una película que vi y quiero dárselo a los demás para que lo entiendan. Niego que las grandes distribuidoras de contenido estén cobrando millones de dólares a todos nosotros y que no nos permitan hacer nada con el contenido que nos hizo reír, nos ilusionó, nos inspiró, nos entristeció.
Parece, sí, que ya no podemos picar nuestra piedra en nuestra esquina porque somos muchos en esta piedra. Ahora la piedra le pertenece a todos y cada una de las hormigas decide el destino de la piedra. Recuerdo lo difícil que era conseguir diamantes, esmeraldas, migajas de pan, películas pornográficas, libros viejos en bibliotecas que me quedaban lejos, pedazos de creación que me arrancaban de mi apatía y se convertían en un momento iluminado. Todavía recuerdo lo difícil que era conseguir todo eso. ¿Y tú? ¿Lo recuerdas? ¿Te gustaría aprenderlo? ¿Permitirías que se llevaran todo eso?