Cholula amenaza con llover desde hace tiempo (¿Cuánto?, ni idea, mi calendario de mecánico que exhibe guapas venezolanas está ahí por las venezolanas, no los días). Cumplió con una extensa lluvia hace unos días pero los demás simplemente se ha pintado de gris. No hay discusión con el mundo, su clima y su atmósfera. Parece que ya tomó la decisión de que busquemos escondernos bajo las sábanas, junto con un café caliente en las manos, acompañado de un perro quieto sobre las piernas para que su pesadez cure de los vientos fríos.

Los días grises son para fumar cigarrillos y recordar cosas (Ni modo, soy humano. Compré una cajetilla y me la fumo lentamente. Luego seré valiente y empezaré de nuevo ese largo, y engañosamente simple, proceso de abandonar el vicio). Recordar en los días de calor es como ver espejismos. Recordar en días grises hace que todo parezca claro en la niebla, en las nubes, en las pequeñas gotas de agua contra la ventana. El recuerdo parece más claro cuando hace frío. Por eso trato de no recordar algo en especial, aún cuando hay recuerdos de gozo y tristeza que podría tomar como alguien que elige una película de su colección, prefiero volcarme en la imaginación y en el sueño, el deseo, lo que falta por hacer, la disciplina de seguir trabajando y picar piedra e ignorar un escandaloso conjunto de imágenes.

Mientras que los días de calor son para tirarse y derretirse lentamente en el sudor y la angustia, los días grises son una aceptación a la necesidad de la comodidad y el refugio. Siempre estamos buscando algo.

(La perra corre de un lado a otro con el pato en la boca. El eco en la casa es de un pato de juguete que fue cazado y seguramente está a punto de morir. En la mañana tomamos el riesgo de caminar y que nos lloviera encima. Nuestro paseo duró lo mismo que siempre: una hora con cuarenta minutos. No hubo lluvia, pero ella ahora está en la casa como una fresca lechuga, negada del cansancio. Su cuerpo, esta vez, no fue vencido por la intensidad del sol inclemente. Su inquietud infantil, juguetona, perruna… me apabulla y posiblemente me inspira un poco. Ella encuentra que correr de un piso a otro de la casa es más efectivo que sentarse a escribir, que ponerse a trabajar, o que soñar con tirarse a una de las camas y envolverse en las sábanas como un capullo para recordar momentos más calurosos, del cuerpo o del aura, de la alegría, ¿qué se yo?)

Finalmente me rendí y preparé un segundo café, tal vez me haga uno más. Se necesitará mucho café caliente estos días para hacer las cosas. Le daré café al perro para que corra más rápido y se canse como si estuviera bajo el sol de un desierto. Ah, sí, puedo ser cursi también e invitarle un café a los recuerdos cuando todo termine. ¿Cuánto tiempo se filtrará como el agua en el caño cuando estamos a merced del recuerdo?