• El lector es el verdadero creador del texto. Su imaginación, sus experiencias, sus rostros preferidos, se apropian las palabras y, como una simulación virtual en alguna película, el mundo empieza a desplegarse en su cabeza.

  • Escenarios: Los grandes bosques son como el jardín que tenía en su casa, los castillos son como las ruinas arqueológicas que visitó alguna vez, los mundos alienígenas son las ilustraciones de H.R. Giger y las criaturas fantásticas son los bocetos de Edgar Ende. Me imagino, repentinamente, que ciertas angustias de la niñez pueden asociarse con la saturación de la imaginación. Demasiados colores, demasiado movimiento, demasiadas sorpresas.

  • Personas: El héroe es su actor preferido, la chica es la vedette de cierto cabaret, las viejas chismosas del pueblo son las tías de la familia política, la bruja —por supuesto— es la suegra, el padrino de la mafia se parece mucho al cura que visitó el domingo. El escritor puede hablar, cuanto quiera, de las características físicas de su personaje pero el lector, con suavidad, sin que nadie lo sepa y que a nadie le importe, borra lo que no le gusta y transforma el personaje en lo que decide más apropiado.

  • El escritor es un mensajero. Su creación consiste en el lenguaje, el estilo, el tono con que comunicará el mensaje. Termina de escribir, lo entrega y después, se atiene al lenguaje, el estilo, el tono de las personas que reciben la misiva. La comunicación de la verdad, de la mentira, de la memoria, de los personajes, de la diversión, depende de cómo se entiendan estas dos personas. No es raro que la gente, lector o escritor, sólo entienda lo que le guste entender.

  • “Sé que escribes de caballos azules en tu texto. ¿Pero qué tiene si me los imagino como cerdos rojos? Tu texto también es mío.”

  • Noches atrás leí un cuento. Leí los primeros dos párrafos y luego lo abandoné. No entiendo, me dije, tiene todo lo que me gusta: gángsters, acción, un misterio, un héroe estúpido, zombies. Mi lector piensa que el cuento estaba hecho para él. Se había emocionado porque en las primeras líneas se establecían todas las imágenes para enriquecer la simulación virtual. Lugo, sinceramente, se abandonó en otra cosa. Una parte de mí abandonó la tarea. Cuando me di cuenta, dejé el cuento de lado y mejor me dediqué a otra cosa.

  • ¿Qué, no te gusta? Lo siento. Siento que se esfuerza demasiado para que le preste atención. Mira, ya se lo había ganado, no comprendo porque continúa saturándome. ¿Me odia? ¿Me desprecia? ¿Me quiere matar de risa, de aburrimiento, de indiferencia, de amor? ¿Por qué me quiere tanto?

  • Yo no recibí el mensaje. Habrá otros que sí. Sólo pienso con tristeza que el escritor me enseñó los juguetes: G.I. Joes, Transformers, He-Man, Thundercats. Presenta la situación, estoy preparado para entrar con mi juguete y meter mi cucharota en el juego cuando, repentinamente, Leon-o le ofrece una taza de té a Optimus Prime. Boquiabierto, mi corazón latiendo con fuerza porque estuve, quien sabe cuánto, esperando ese momento… lentamente me quiebro cuando el escritor presenta a Chitara horneando un pastel y Todopoderoso Cobra se quita las botas militares para ponerse unas pantuflas y tirarse en el sillón. Mi lector hace una mueca, se va ofendido del parque, tiene otros amigos con quienes jugar. Incomprensiblemente, otros niños se acercan a jugar con ese escritor, y ellos sí entienden el juego, se acoplan a la casa, al discurso, al metatexto, a la sátira, al otro mensaje que es tan obvio pero que lo esconde un poquito…

  • La nueva literatura de lo oculto y la sorpresa. Más que juguetes, ahora esperamos que el escritor sea un prestidigitador, un mago. Parece insoportable, para nuevas generaciones, leer las historias donde no pasa nada y la idea está en la belleza del discurso, la tranquilidad del mar y un cielo que, para todos los hombres, sorpresivamente suele ser del mismo color. ¿Tendrán miedo de los rostros quietos, los escenarios estáticos, el diálogo incompleto a rellenarse por consideración del lector? Perdón. Como me salí del campo de juegos del escritor mencionado anteriormente, sentí la libertad para hablar de otra cosa que, probablemente, ampliaré en otra ocasión.

Publicado originalmente en guardagujas.