Los monstruos necesitan héroes para fortalecerse. No se trata de la criatura que mate más. Al revés: los monstruos que pierden se agrandan con el fracaso. Luego renacen con más ganas de morder los miembros del imbécil que se atrevió a mancillarlos con sus ganas de aventura.
Un creador de monstruos tiene todo tipo de materiales a su disposición: brazos desmembrados, ojos de sapo, sonidos de perro hambriento, placas de hierro cubierto en óxido, gotas de fuego para los ojos, para las uñas, para reemplazar a la sangre que saben, la perderán fácil en las batallas.
Los monstruos, similar a los golems, nacen tan pronto su nombre es escrito. ¿No me crees? Imagina: Yurinia, Almengrado, Hupisio, Ramamorti, Crudohiel. Puedes borrar el nombre, pero el monstruo sigue existiendo. Nace por ahí, con suerte muy lejos de ti, y dedica toda su vida a preparar su primer encuentro contigo.
No todos los monstruos tienen ganas de masticar sangre y huesos. Algunos sueñan con ser cocineros, otros quisieran habitar los sueños de tus hijos, los más pobres viven en los bosques para dibujar árboles en su cuaderno. Su monstruosidad, quizás, radica en la poca paciencia que tienen ante las interrupciones de su propósito de vida.
Los monstruos que se alimentan con libros de auto-ayuda crecen, en tamaño, motivados por el deseo de ser mejores cada día, ser millonarios, educar a sus hijos para tomar decisiones frente a los dilemas morales cotidianos y, por supuesto, descubrir el secreto para la libertad económica hasta llegar a ser millonarios y prósperos. La desventaja de aquellos monstruos es que se quiebran fácil contra una varita de trigo, de maiz. No, con un palillo basta.
Algunos niños creen que pueden capturarlos en pequeñas bolas de plástico bicolor. Presas fáciles, dicen los monstruos, pero tiernas y ligeras de nutrientes.
Los monstruos se sienten apenados cuando los humanos insisten que ellos también pueden ser monstruosos, horribles, terroríficos. Algunos, sin duda, lo consiguen después de hacer los sacrificios necesarios para convertirse en uno. Ignoran que atraviesan una línea muy débil. En cualquier descuido, se regresan a un estado humano más patético que el anterior.
Hay monstruos, como algunos ya saben, en las formas cotidianas: una mancha de tinta, un error de impresión, en el ruido blanco, en la ceniza del Popo, en la estatua de un Cristo enrojecido con pintura y con sangre, en un vaso lleno de agua cristalina y en las plantas de los pies, junto con los hongos del pie de atleta.
Los monstruos que viven en tu almohada toman nota de tus sueños y tus pesadillas. Hacen bocetos, dibujan planos, diseñan disfraces. Toda idea es valiosa: reemplazar sus manos con un garfío, ponerse dientes de cocodrilo, ojos de vidrio para construirse mil ojos y los labios gruesos de esa muchachita, sí, juran que se les vería mejor a ellos.