Este es un artículo que se publicó en mi columna quincenal (La Habitación de Humo) en el número 8 del suplemento Guardagujas, de la Jornada Aguascalientes. Puedes leer el número completo en issu, así como números pasados.

Fotografía: “Alice and the white knight” por thedemonshihat

No lloraste tanto como había supuesto -dice el Caballero Blanco a Alicia, des- pués de cantarle una canción de despedida. Dodgson, o Lewis Carrol, escribió “Alicia en el País de las Maravillas” y su continuación “A través del espejo”, como quien escribe un juego a uno de sus más queridos amigos.

Ese juego matemático e ilusorio se ha visto recompensado con obras, que aún hoy, inundan la imaginación de aquellos quienes fuimos niños y tuvimos el libro entre nuestras manos. Así tenemos fantásticas, dispares y derivadas locuras que nacen de estas primeras palabras: La políticamente correcta Alicia de Disney, la Alicia retorcida de Burton, la Alicia musical de Bunbury, la Alicia en stop motion de Svankmajer, la Alicia psicótica de American McGee, la Alicia adulta de J.P. Farmer en el Mundo Río, entre tantas Alicias más que puedan existir en el mundo, todas derivadas de esta primera que bajó por aquel túnel y después atravesó el espejo. La ilusión de una niña que al iniciar este camino desciende a la locura y al final de este largo viaje, aún cuando cree que fue un sueño, presiente que algo cambió. Se presta, fácilmente, tomar el personaje de Alicia como una metáfora de cambio, renacimiento, locura, hormonas y crecimiento.

Sin embargo, dentro de todos los enigmáticos personajes que existen dentro del espejo, aquel que me parece inolvidable es El Caballero Blanco. “De todas las cosas extrañas que Alicia vio durante su viaje a través del espejo, esta fue la que recordaba luego con mayor claridad. Años más tarde podía aún revivir toda aquella escena de nuevo, como si hubiera sucedido sólo el día anterior…, los suaves ojos azules y la cara bondadosa del caballero…,” Es así, como Dodgson empuja al Caballero Blanco a cantar la canción de despedida para Alicia, antes que ella se convierta en reina.

Una canción que, según el Caballero, tiene muchos nombres y según Alicia, uno solo. El hombre la acompaña durante un largo tramo y me recuerda mucho a otro personaje literario entrañable: Es un hombre viejo, usa una armadura de latón y otros instrumentos improvisados, es un inventor de cosas poca prácticas, incluso de locuras podría decirse, es un hombre afable y elocuente y que al darse cuenta de la pronta despedida, de mirar como Alicia está a punto de transformarse en reina, le regala una última canción para que ese encuentro sea inolvidable. ¿Miran lo mismo que yo, o acaso ya leí muchos libros de caballerías?

Sin embargo, el honor y su papel en el ajedrez de Dodgson, lo conminan a dirigir a Alicia a ese final inexorable. Es el Caballero Blanco quien le señala el camino a Alicia para conseguir la corona y finalmente, pueda convertirse en Reina. Ah, pobre de Alicia y sus ramas metafóricas, no es difícil llevar esta historia como un tajante abandono de la niñez, el juego, y la risa por la locura. La amiga de Lewis Carroll, la señorita Lidell, pronto crecería y abandonaría el encanto de los acertijos que Dodgson creó sólo para ella.

Así nos encontramos todos atados a las historias de locura y fantasía. Esas histo- rias que nos llevan a un mundo deseable, donde el sinsentido sea lo que más sentido tiene y la seriedad en las bocas de los hombres pierde validez frente a las armaduras de latón y las despedidas de ancianos viejos viejos. Dodgson, en “A través del espejo”, desea que Alice (Lidell) todavía pueda recordar esa canción después de muchos, muchos años. No soy Alicia, pero aún hoy recuerdo aquella despedida y de vez en cuando, murmuro retazos de la letra.

“Susurrando murmullos y bisbiseos,
como si tuviera la boca llena de pastas,
y que resoplaba como un búfalo…,
aquella tarde apacible de antaño…,
asoleándose sentado sobre una cerca.”