La habitación se llena con el humo del cigarrillo. Se nos ocurre que estamos sumergidos en un sueño por culpa del humo que sólo permite ver siluetas, que sólo permite escuchar sonidos de algún mago, de alguna criatura, del abuelo y como mueve las hojas de sus viejos periódicos, los viejos documentos que guarda con la información de hace años, hace siglos. Alguien abre la ventana, el humo se disipa, se termina la sensación onírica y los sentidos se disparan paulatinamente para capturar todo lo que no pudieron capturar antes. Curiosamente todo nos parece más real que antes, ¿y no es cierto? Pero que es verdaderamente real, dirían algunos filósofos, algunos personajes de película que interpretan la realidad como capas caprichosas, ¿qué es real?
El ruido blanco es muy similar al humo que sumerge una habitación en la inconsciencia. Recuerdo cuando las televisiones eran análogas y carnosas, antes de que el internet fuera abundante como ahora. Eran un rescate para los insomnes solitarios. Dejabas prendido el aparato, escuchabas los infomerciales o las repeticiones de algún programa científico, o social, y eventualmente entrabas a la zona del ruido blanco. Probablemente ya estabas dormido para entonces y si ya lo estabas, el ruido blanco se convertía, aparentemente, en un agradable pasaje para el mundo metafísico, donde podrías abrir las puertas y hablar con el inconsciente. Si no estabas dormido, entonces apagabas el televisor. El sonido incomprensible era molesto.
En estas etapas electorales hay mucho ruido blanco. Demasiado, diría. No es para menos. Se nota que somos una democracia joven porque cualquier golpecito (o ausencia de golpe) a cualquier candidato se convierte en una noticia. En internet es increíble la velocidad con la que se difunde la información y todavía más, cómo ésta puede continuar repitiéndose hasta dos o tres días después. Nadie puede detenerlo. Tener algún aparato prendido: televisor, computadora, celulares, hasta teléfonos, a cualquier hora del día, está transmitiendo ruido blanco que puede ser una de dos cosas: una música hipnótica que nos lleva agradablemente al sueño o una colmena de avispas de la que no podemos huir a ningún río para amortiguar el escándalo.
Dicen algunos que lo malo de internet, es que ahí se quedan las notas, que no hay rigor periodístico, que es un cúmulo de serpientes que sesean maldiciones. En internet todo se queda, dicen, y las comunidades más humildes, menos comunicadas, quizás menos ricas, serán manipuladas igual que antaño. Pensaba lo mismo hasta que paseando por mi comunidad, a un lado de mi perro orejón y baboso, encontré gente humilde en los cafés de internet, pagando sus diez pesos la hora para informarse y no sólo eso, pedían a la persona que atendía, en caso de no entender algo, de no leer correctamente, que les explicara el artículo. Fue un espectáculo maravilloso, y aterrador. La gente, como en un campo resonante que nos une, misteriosa y simultáneamente aprende que ya no puede confiar en los medios tradicionales y deciden, valientemente, sumergirse a la aventura del ruido blanco para validar las que serán sus decisiones, pequeñas decisiones que acumuladas resultarán en el destino del país.
Por lo pronto ya decidí y me gustaría comunicar mi decisión, es una muy sencilla y que pienso, también, (mis dos centavos al ruido blanco), debe repetirse: No hay de otra, no lo pienses mucho, el día de las elecciones levántate y sal a tachar esa boleta. No importa por quien votes, no importa si anulas, no importa si dibujas una tira cómica en ella. Levantarse y hacer es el primer paso de un trabajo continuo por hacer que las cosas funcionen, mejoren, sean más agradables para todos. El voto es un medio de expresión, el voto es el alimento para el bebe democrático mexicano que apenas está gateando. Si los jóvenes escandalosos piensan hacerlo, si los campesinos que gastan diez pesos la hora por información piensan hacerlo y si todos los que ya se vendieron por una torta piensan hacerlo, únete. Dale sentido al ruido blanco, ese que no se calla.
Y qué bueno, a veces despreciable, a veces chocante, pero qué bueno que estamos llenos de ruido blanco, qué bueno nuestro gateo infantil demócrata con ganas de convertirse en un adulto, qué bueno el discurso repitiéndose acerca del poder popular de la elección, del destino, del si no me gusta puedo cambiarlo, qué buena la energía juvenil de los que no se callan y difunden, gritan, retuitean, comparten y recomparten otra vez, se plantan y le aprenden a las hormigas para seguir llevando sus palabras a todas partes, a todo el ancho y largo del país, la necedad suficiente para que todos sigamos escuchando.