Quisiera compartir un poco del aprendizaje que he tenido con la experiencia de tener un blog, o mejor dicho, una bitácora como la mía. Supongo que estos consejos pueden aplicar a ciertos diaristas, escritores o jóvenes recién iniciados. Conservar uno de estos es una experiencia gratificante. También me atrevo a decir que esencial para cualquiera que aspire una carrera artística, de entretenimiento, comunicaciones, periodismo o simplemente, destripándolo a su esencia más básica: refinar la capacidad para contar historias.

Tengo reglas. Son las que pienso platicarles a grandes rasgos. Si inicias una bitácora o ya tienes la tuya, es sensato que te sientes a escribirlas. Si no las tienes, piensa en ellas, quizás están ahí pero no las has nombrado. Los límites, contrario a lo que parece, enriquecen u ofrecen opciones. Necesitas algo que romper cuando el aburrimiento o la rutina te hayan alcanzado (porque lo harán, el tiempo es inevitable).

No borres lo que ya publicaste. No seas de los que, en un arranque de tristeza o un berrinche, borran el blog para castigar a sus enemigos imaginarios. Si tienes la constancia y la paciencia, encontrarás algo de valor en los primeros textos que escribiste. Prepárate: no son brillantes. No te dejes engañar por la inocencia o la ingenuidad. Seguramente te provocarán vergüenza, quizás tanta que hasta huyas a esconderte.

No hay nada más atemorizante que un reflejo más joven y no hay mejor monstruo a vencer que lo escrito en el pasado. Existen tesoros escondidos en las primeras líneas escritas. Tampoco se trata del regreso, la tristeza o la melancolía (que también puede haber), recuerda, se trata de buscar los diamantes. Explora, piensa que eventualmente encontrarás líneas ocultas con la capacidad de hablar contigo, de iniciar procesos nuevos, un cuento velado o una búsqueda que se pensaba olvidada.

Si lo que publicaste alguna vez, de veras no te gusta, entonces haz lo que se debe hacer: Deja la anotación en su lugar; abre un procesador de textos, copia, pega y trabájalo; corrígelo. Cambia la voz del texto, cambia el tono, quita las palabras desagradables y cámbialas por otra. Reemplaza la anotación original, si quieres, o guárdalo para ti. Si no puedes más, elimínalo. Sin embargo, te advierto, lo que eliminas siempre lo recuerdas.

No pienses en los lectores (tampoco mientas, escribir para ti es lo mismo). No escribas para ellos, para todos o para “ninguno”. Es un error escribir la primera línea pensando: “Para Chuchita, a quien tanto quiero”. Puede que te salgas con la tuya una vez, pero las siguientes alimentarás un monstruo. A no ser que tengas un nicho específico o te hayas puesto el disfraz de payaso, no vale la pena.

Los lectores de tu blog eventualmente se irán, se aburrirán de ti o regresarán silenciosamente para recordar la primera vez que te leyeron (les provocaste algo, tal vez, y raras veces te enterarás de que lo hiciste). A un gran porcentaje de estos lectores sólo les interesa hacer un amigo, preguntarte cómo hiciste algo o buscan con quién hablar. Si tienes suerte, hasta coger. Quizás les interese tu opinión para validar la suya; te tienen en estima o confían en tu criterio. Muchos más querrán insultarte porque en internet es el deporte. Pocos lectores, igual que con los libros, se acercan a un blog por el placer de leer. Un lector experimentado (y pretencioso) siempre desdeñará leer un blog por un libro. Mejor, aprovecha esa libertad, y dedícate a buscar el placer en escribir.

Los placeres se educan. Escribir es un ejercicio de reglas y múltiples caminos a seguir. Equivócate, escribe mal y luego regresa a releer lo que hiciste. Pon los signos y los acentos en su lugar. No te quedes con lo primero, quédate con el segundo o con el tercero. Investiga el nombre de las cosas que usas a diario, escúchate y date cuenta de las palabras que repites. Busca sinónimos y antónimos. Hay deleite en aprender palabras nuevas y salir corriendo a escribirlas en una anotación, un cuento o si tienes algo de matemático, en un poema correctamente estructurado. Después de usada, úsala otra vez. No la olvides. Publica, regresa a leerte, toma notas, edita cuando vuelvas. Avanza hacia el quinto, o el sexto. No te preocupes, con los años esto se aprecia y se entiende mejor.

Lee otras cosas. Lee la Biblia con un diccionario a la mano, busca libros infantiles de hace diez o quince años y date cuenta como han cambiado las palabras, lee ese libro gordo que te da miedo. Son pocos los libros esenciales que un lector sencillo necesita en su vida pero te darás cuenta que pocas veces se quedan ahí, se convierten en adictos, en participantes de la búsqueda infinita. El buen lector encuentra hasta lo que no busca en un libro que llegó a sus manos por accidente.

La lectura es un ejercicio y raras veces te lo dicen, pero también tiene reglas y ellas te enseñarán a escribir, no sólo en un blog, en lo que quieras. No leas lo mismo que tus amigos, la conversación eventualmente te aburrirá. Toma lo que te dé miedo, vergüenza, incomodidad. Lee los otros autores mencionados en el libro gordo que te atreviste a leer. ¿No te gusta la poesía? Sal a comprar libros de sonetos. ¿Te aburren las novelas? Cómprate la más gorda que puedas encontrar. Subraya los párrafos que te gusten, anota en el canto de la página lo que pensaste, investiga las palabras que no conoces (los libros traducidos son especialmente útiles para eso).

¿Recuerdas los primeros libros? Relee los libros que te hicieron.

Si platicas tu vida en un blog, miente. No tengas miedo. La mentira es una valiosa herramienta del contador de historias. Más gente recuerda gozosamente los cuentos de un mentiroso que las quejas o los lamentos de un borracho. Contar mentiras hará las cosas más fáciles el día que confieses la verdad. Si escribes de tu trabajo o tu familia, prepárate. Ellos te leen, di lo que tengas que decir, pero te leen y algo te dirán. Si no lo hacen, no te confíes. Eso dicen. Si cuentas tu rutina, no tengas miedo de adornarla. Todos estamos atados a las reglas del mundo, incluso los aventureros tienen que pasar las horas en un aeropuerto, observando a la gente e inventando historias que no les corresponden.

Finalmente, cuando identifiques tu voz y te aburras de ella, rómpela. Cambia las reglas, invéntate un juego nuevo. Habla de lo que te da miedo. Escribe lo que desearías ser. Detalla lo mal que duermes en las noches. Cuenta las historias cachondas de tus amigas. Deja de hacerlo. Busca otra cosa de que hablar. Durante un tiempo escribe cuentos con fotos, escribe líneas o versos, escribe momentos rutinarios y francamente aburridos. Entre más difícil sea ponerle palabras, mejor te enseña.