Hija de la chingada pero que a gusto duermes. En serio, no tienes vergüenza, pudor o temor a los dioses. Conservo está foto para envidiarte, e insultarte. La imprimí ayer para tenerla doblada en mi cartera y cuando me asome a buscar el dinero, tan escaso, no sólo culpe a los bancos, la economía y mis compras clase medieras, también culparte a ti y como te entregas tan fácil al sueño. Es insultante. Miro tu foto durante las horas de insomnio, siento como la bilis hierve lentamente. Algún día no me aguantaré. Te voy a pisotear las orejas, dar una patada en el culo, alimentarte con pura cebolla. Ya ni la chingas. Como te extiendes y te pierdes en los sillones que no salieron nada baratos y además, te vale madre, te acuestas en el respaldo como si todo fuera tu reino. Al menos en los cojines, como la gente, ten un poco de educación, ¿qué van a decir si te ven así? El otro día pretendí despertarte y al acercarme, ay cabrón, los ojos de posesa endemoniada que me pusiste, como si hacerlo fuera a costarle la vida a 144 mil cristianos, y mejor que me alejo bien despacio, con la idea de que me encontré a un demonio, al diablo dormido dentro de tus ojos, me alejo calladito, mientras resoplas y reacomodas los cachetes flojos, haces un montoncito de baba en el sillón. Ya ni la chingas, farfullo y luego mastico bien despacio el chicle de la envidia. Tú no tienes bronca, solamente duermes el sueño de los justos.