Un tema recurrente en los cuentos de Borges, es que un hombre e todo los hombres (Schopenhauer). Es decir, si yo recito a Shakespeare, soy Shakespeare, así como Shakespeare también tuvo la posibilidad de convertirse en Fest. También fui Borges mientras lo leía, y mientras contemplaba un espejo, o mi siguiente movimiento en un juego de ajedrez.(Me separo un poco, sólo un poquito, pensando en el Tao: todos somos uno y uno somos todos. También soy la mierda de los pájaros, también soy la oruga intoxicada con el sabor de las adelfas, qué agobiante, ¿entonces podemos serlo todo?). La unidad de las cosas es un pensamiento bello, y a la vez abismal, el individuo es lo que es, y además, es todos los otros. Jean Paulhan, en la introducción de la “Historia de O” (Pauline Réage), ofrece una idea llamativa. Cito: En suma, nosotros, desde la niñez, no hacemos más que soñar con un hombre que sea todos los hombres a la vez. Pero, al parecer, a cada mujer le ha sido dado ser todas las mujeres (y todos los hombres) a la vez. Pienso en mi madre y en mi abuela, y en otras mujeres de mi familia, en algunas relaciones que tuve en el pasado. Incluso con el humor parco, signo de mi familia, podía apreciar cómo contemplaban la posibilidad de entenderme, y de entendernos, a cada uno de los varones. La mujer desborda imaginación y esa imaginación le permite no solamente ser Shakespeare, Othelo, Hamlet, también puede ponerse en el lugar de Desdemona o Lady Macbeth con facilidad, sin un temor metafísico de dañar, corromper o quebrar su sexo (el espíritu es otra cosa, creo que el hombre es a veces un imbécil por sus constantes ganas de retar y quebrar su espíritu, y audaz, quizás… pensaré en ello), el supuesto y engañoso camino que tiene en el mundo. Esa idea simplona de que la mujer un misterio parece una idiotez, cuando respiras un segundo y te corriges: “No es un misterio, una mujer son todos los misterios, y al menos siete veces más misterios que ofrece la posibilidad de ser todos los hombres”.