• Trataré de ser amable con las personas que no han leído el libro, pero será difícil hacerlo. Recomiendo que no leas la anotación si planeas leerlo y sobre todo si eres una de esas personas que se desesperan cuando creen que se les echará a perder si poseen uno o dos datos. La novela de Chimal contiene múltiples misterios que se revelan continuamente. El libro (su riqueza en los enigmas), ofrece una fuga para cada tipo de lector. No es necesario entenderlo la primera vez, invita a múltiples lecturas, descubrir el origen de las distintas voces así como el inicio de un puñado de conflictos. Es una novela que le hace bien prestarle atención durante la lectura, pero no tanto como para abrumarse, también tiene espacio abierto para jugar y regresar a ella.
  • Generalmente me molesta, aunque es uno de los vicios de los que no estoy completamente exento, encasillar el texto a un género. En el caso de “La torre y el jardín” es aparentemente fácil decir que se trata de una novela de ciencia ficción o de fantasía. Evitémonos los facilismos engañosos. Después de leer el libro entiendo un poco más a Alberto Chimal cuando propone el término “literatura de la imaginación”. Por mi parte, cuando estoy frente a un extraño, un lector imprudente y atado a sus vicios de lectura (porque es triste, los hay, es irónico que las personas que buscan fugarse en un libro necesitan géneros para sentirse cómodos), y debo recomendar o hablar de un libro, prefiero la vaguedad y la simpleza de decir que es una historia y luego rodear la historia, apenas contarla, apelar a la curiosidad. Eso ofrece una esperanza para iniciar un chispazo.
  • Hace tiempo leí “Los esclavos”, también de Chimal. En ella desarrolla un tema sórdido como el de la dominación y la sumisión sexual y al terminarla, me dejó pensando en los mecanismos de Chimal para contar la historia. Pensé en la realidad de lo que había leído. “La torre y el jardín” se aproxima al tema pero, en una lectura simple, los sometidos son los animales. Los tigres son dormidos con tranquilizantes, los caballos son atados fuertemente a estructuras especiales, los cerdos son molestados con lanzas hasta hacer lo que deben hacer (en ese fragmento, confieso, tuve que regresarme varias veces para querer entender lo que pasó). Chimal purifica los temas “sucios” con una tranquila ingenuidad. Al principio son escenarios casi incomprensibles pero a lo largo de la historia los destripa, los simplifica y paulatinamente nos sumerge en ellos. La primera impresión es que nos abre las puertas a un mundo fantástico, intocable y ajeno; cuando nos damos cuenta, ya estamos ahí, conocemos las reglas, nos hemos habituado a esa cómoda oscuridad. El mundo que creíamos ajeno y cuya inexistencia nos hacía sentir seguros, en un principio, se hace real. Ya estamos ahí.
  • Sin embargo, ésta oscuridad se desarrolla con elegancia, elocuencia. En la historia de Chimal se nos permiten breves espacios para la risa, la diversión, la maravilla. Hay un contraste entre las primeras anécdotas de los animales y las últimas, empiezan en la oscuridad (tentar al elefante) para llegar a la inocencia (el orangután vestido de blanco). Gracias a ello, la crueldad adquiere una dimensión mayor, sobre todo cuando la novela trata con los humanos, un contraste inverso (una joven Isabel frente al venado, una Isabel adulta pensando en el mismo venado), los animales más rapaces y audaces del Brincadero (Pienso en el viejo Constantino). En “Los esclavos” no hay tiempo para reír, al menos no con inocencia.
  • Es incómodo, en lo personal, que en las reseñas que he leído del libro mencionen a Sade para describir la novela de Chimal. No sé que clase de romanticismo les embelesa cuando piensan en el Marqués, pero cualquiera que haya leído sus obras, difícilmente puede olvidar las jugosas descripciones de los criminales que saltan sobre la panza de una embarazada para sacarle al niño y provocar la muerte del nonato y de la madre. En el segundo tomo de Juliette: El ogro, Minski, mientras copula con una de esas muchachas tan guapas como el día, con su monstruoso miembro en el ano del personaje, decide degollarla para que la sangre corra y los espasmos de una muerte pronta aprieten el orificio, emulando lo que en el tomo uno Sade apenas sugiere se hace con los chivos, para obtener una experiencia más placentera. Paráfrasis de las palabras de Minski: “No puedo venirme sin matar”. Yo lo hice en unas líneas, Sade ocupa párrafos abundantes. Nada más alejado de la obra de Chimal. En “La torre y el jardín” se le sugiere, continuamente, al lector lo que está pasando y quien tiene que completar las imágenes es la persona con el libro entre sus manos. Sade es un monstruo, no le molesta para nada el papel, lo juega con abundancia, nos encarcela en su filosofía y su crueldad. Chimal nos ofrece la posibilidad de serlo, abre la puerta para invitarnos a saltar, en la intimidad del libro, a convertirnos en el monstruo y la responsabilidad, digámoslo así, es compartida entre el lector y el narrador.
  • La torre es el libro que tenemos entre las manos. Los personajes no saben a quien le habla, pero nosotros sabemos a quien le está hablando. ¿Cómo negar una invitación a ser cómplices de una criatura monumental como la torre? Al principio miré con desconfianza el juego del libro, el diseño, pero después me acostumbré a él y además lo disfruté (Si usted dudaba, como yo, de leerlo por el diseño, quítese esa telaraña de la cabeza). La torre nos cuenta su propia historia, nos revela a nosotros las pistas para resolver los misterios, pistas que de otra manera los personajes, por su contexto, jamás nos ofrecerían. Es una metáfora bonita para los libros: El libro es una torre y cada libro tiene un jardín que proteger.
  • Para terminar, la historia de Isabel, la administradora del Brincadero y de la torre, es maravillosa. Una novela por sí misma. Las anécdotas de los animales no sobran, para nada, la condena empieza con las primeras anécdotas y la reivindicación de la humanidad surge en las últimas. Una redención necesaria después de explorar a los personajes involucrados en el Brincadero, los humanos más crueles, los primitivos (ya se acordarán de él, el viejo Constantino). También es una invitación a explorar la relación que tienen las personas con los animales, aún cuando no sean obviamente eróticas, y con la naturaleza. El libro ofrece un puñado de cosas a pensar, laberintos propios que resolver, pisos íntimos qué visitar, aunque también ofrece la tranquilidad de vivir una aventura. Es rico que un libro haga eso: Dar opciones. Raras veces un autor nos permite ser tan libres.