Cambió mi lectura de Sade (o yo cambié). Ya estaba familiarizado a una estructura, sin embargo, se convierte en algo más ágil, enfocado en la creación de imágenes eróticas, pinturas libertinas y orgías desmesuradas, y evita, a menudo, el error de repetir la filosofía de sus personajes. Sus personajes ya son de carne y hueso, su filosofía, a estas alturas, entorpecerían sus acciones. Hacen. Ahora es el lector quien descubre la moderación de los otros personajes, se convierte en Juliette, con las herramientas para desaprobar y aplaudir tal o cual cosa. Consciente de ese cambio, Sade apela al lector y su memoria. Juliette, en el viaje a Italia, deja el papel de alumna, una esponja de maldades, para convertirse en la maestra de otros (y ahora que lo pienso, ella se transforma en una fuerza de la naturaleza, una criatura sobrenatural como las que cambiaron el ritmo de la historia). Se encuentra con sucesos aparentemente sobrenaturales, góticos como diría alguien de aquel entonces (un título que quizás Sade despreciaría), en los segmentos de la bruja de los venenos (Durmand) y el ogro caníbal de nacionalidad rusa (Minski).
El primer crimen que comete Juliette por su propia mano (se disfraza de hombre, la emoción se acumula en el estómago, anda como un depredador violento sobre los pasillos oscuros y sucios de Francia), es volarle la tapa de los sesos a una pobre mujer que acaba de ser embargada, me dio la impresión de que trataba con una heroína (por supuesto, no lo es, ¿pero no tenemos la literatura para convertir a nuestros villanos en héroes?). Esa Juliette madura, y se convierte en un personaje mucho más interesante, cínico, cuando se encuentra con estas dos presencias (la bruja, el ogro), las cuales terminan convirtiéndose, para ella (o quizás para mí), en dioses de la naturaleza.
Dormand tiene un cementerio de cadáveres, donde los alza a la menor provocación para ofrecer a lubricidades a sus clientes, un erotismo impío y oscuro. Dormand desaparece, no deja rastro, a pesar de que Juliette toca su puerta con todas sus fuerzas. Minski tiene un laberinto en las montañas, donde oculta jóvenes en una multitud de celdas para guardarlos como diversión y comida, es un león estóico, un Graograman corrupto. Minski es dormido por los venenos de Juliette, y no es casualidad, usa los que aprendió de la Dormand. Juliette se ha convertido en San Jorge, no, algo más allá que San Jorge, el reflejo retorcido, al vencer a un ogro temible usando una pócima, un sucio cuento para niños, el monstruo vence a otro monstruo. Juliette se redimirá de su primera caída a la virtud. Espera indiferente, oculta en las páginas cerradas, dispuesta a quemar los hospitales de Roma, todos al mismo tiempo, para demostrar cuán digna es de su título.