Mateo avanzó por el Jardín de los Sabores hacia el norte. Tony había dicho que tenía que buscar la primera habitación roja.

La encontró pronto. Era una puerta roja, desafiante y orgullosa, a unos pasos a su izquierda. El pasillo se extendía unos trescientos metros por cada lado, del lado norte había innumerables puertas que le daban acceso a las diversiones del recinto y al final de los pasillos, escaleras que llevaban al siguiente piso. Quizás debió estudiar un poco más el mapa para saber qué le esperaba pero, honestamente, cuando lo abrió en la computadora de su casa se sintió abrumado por la cantidad de opciones y decidió vivirlo por cuenta propia. Ahora entendió mejor la necesidad de Casiopea, incluso lo celebró como una de las mejores ideas que había tenido quien organizaba la fiesta perpetua.

Los pasillos, en comparación con la entrada y el Jardín de los Sabores, estaban desiertos y se sintió incómodo por el silencio. Podía avanzar unos metros, hacia el norte, para salir por la puerta de un ventanal y acceder al campo abierto, donde estaban los edificios. Podía ver sus ventanas iluminadas. Decidió que aquellas estructuras eran monstruos más tímidos que la mansión.

Su estómago le rogó que tomara una decisión. Mateo puso la mano en el picaporte y antes de que pudiera girarlo, Casiopea vibró. Decidió leer el mensaje.

“Estás a punto de entrar a la Habitación de los hambrientos. El tiempo de esta actividad puede tomar mucho tiempo. Tan pronto entres no podrás salir hasta finalizarla. ¿Estás seguro que deseas proceder?”

¿Cuánto tiempo cuesta comer algo?

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