Debía ser ella. Mateo le dio una orden a Casiopea:

—Manda una solicitud de amistad para Dalila H., Casiopea. Me interesa seguirla y saber donde está.

—En seguida la vigilamos, señor —dijo Casiopea, imitando a un militar.

Mateo atravesó el recibidor y salió por unos ventanales. Se encontraba en un jardín donde la gente fumaba, bebía y platicaba con tranquilidad alrededor de una fuente. Le llamaron la atención la cantidad de árboles y arbustos dispares que contrastaban con los arbustos gemelos justo antes de entrar a la mansión. La fiesta perpetua continuaba en todas partes.

—Dalila H. aceptó tu solicitud de amistad. Puedes encontrarla en el Círculo de los Amorosos. Suena como un bonito lugar, claro, si tuviera cuerpo, hormonas, procesos bioquímicos que me hablaran del amor y del deseo.

—¿Cuándo adquiriste tanta consciencia de ti misma?

—Tengo prohibido discutir eso. Piensa, mejor, que alguien hizo una base de datos con todas las respuestas posibles y yo las escojo usando métodos misteriosos.

Casiopea mostró un mapa. Mateo se encontraba en el Jardín de los Sabores. Debía seguir al norte y salir de la mansión para llegar a uno de seis edificios que también servían como sede para la fiesta perpetua. El edificio que buscaba era uno circular, parecido a un auditorio, de color rojo. Mateo siguió las instrucciones con prontitud, ya deseaba encontrarse con Dalila. Sin embargo, su cabeza punzaba: había otros misterios que también le interesaban en menor medida.

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