Mateo dio unos pasos y entró al recibidor de la mansión. Se hizo parte de la fiesta. La gente bailaba. We are lost and found but love is gonna save us. Buscó a Nico pero era tarde, ya no le encontraba entre la multitud. Empujaron a Mateo. Los hombros y las espaldas de la multitud, lo llevaron de un lado a otro, y lo obligaron a bailar, movimientos suaves y armónicos, que a veces rompían en saltos cuando una voz surgía entre los instrumentos. Las manos se alzaban con sus teléfonos-guías iluminadas, como si a todos los uniera un mismo propósito. Una chica le sonrió, pero ella le sonreía a todo mundo. Su playera decía: “Bienvenido a la fiesta perpetua”. Pensó en la muchacha de la bicicleta. Más allá del círculo con la multitud de gente, en el recibidor, estaban las escaleras donde viejos con gabardinas y sombreros roídos platicaban, comían y criticaban. Aquellos viejos bailaban a su modo: una resistencia ferruginosa a la juventud. Había mucha gente. El calor, el encierro y el baile lo hicieron sudar. No sería fácil encontrar a Nico o a Dalila pero… ¿urgía encontrarlos? Podía usar a Casiopea.
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