¿Eso crees? Sí, quizás tienes razón: el amor es un paraíso de múltiples caras. Oye, cuando lo dices se escucha dulce en el paladar. ¿Puedes saborearlo? El amor es un dulce de todos los sabores. Cómo ha cambiado nuestra canción con la promesa de los rostros amorosos y multiplicados. Mateo y Dalila bailan para todos nosotros pero, si no te equivocas, ellos han bailado en pasados remotos y han bailado para otra gente. El amor no sólo es un juego de parejas. Un tango, un vals, el danzón o el rocanrolito de salón.

El amor de los padres, de los abuelos, de los amigos, de los amantes, de los infatuados y las mascotas, de los burócratas rumiantes y los indiferentes gatos, el amor de quien espera el primer negocio del día y el amor de los viejos consumidos en una mecedora siempre tambaleante en el porche de aquellos lugares sometidos a los calores inclementes.

El amor que le tiene Dios al diablo y el que le tendrá el diablo a Dios cuando lo perdone.

Mateo vive su vida bailando con Dalila y puede ser que baile para siempre con ella, hasta la muerte de uno de ellos. Ahora lo veo. Él se quedará con ella y ella lo escogerá a él. Vivirán juntos, su primer departamento en una ciudad naciente, sus problemas para mantenerse y los cientos de juegos carnales para olvidar el hambre. Luego eso se acabará. Habrá cierta abundancia, una mediocre abundancia, que les haga olvidar que en algún momento estuvieron peor pero que siempre les recordará que podrían estar mejor. Nunca estarán satisfechos como individuos pero se quedarán el uno con el otro, hasta la primera y la segunda mascota, y después uno o dos hijos para complementar y suavizar su miseria.

El amor es la ventana que los mira, la cama que los arropa, el fuego que hace chillar la tetera y el escándalo de la lavadora. El amor son los mocos de los niños, el quejido del perro y las gotas de aceite del primer auto (un vocho amarillo, una caribe verde, un tsuru gris rata). El amor es el rostro que pondrán en el espejo al despertar, cuando recuerden con resignación y melancolía, el momento feliz, íntimo e increíble de una fiesta perpetua, donde se vieron obligados a bailar desnudos el uno frente al otro, y se prometieron, a ojos de este violinista y del diablo, que siempre estarían juntos y no esperaban esta sensación tan molesta, como una lapa insoportable, de una rutina perpetua que poco a poco los condena.

¿Ahora te gusta más mi canción?

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