Mateo acarició el dispositivo frente a sus manos como si ello le fuera a dar la respuesta. Casiopea, el dispositivo en cuestión, le contestó con una pantalla blanca y estática. Era obvio que el aparato no tenía prisa y cada segundo parecía tenerla menos, mientras que la aprensión de saber aumentaba en Mateo. Que Casiopea tuviera acceso a los datos de otros guías, de todas las demás personas en el mundo, era un relato de ciencia ficción. Pero era uno empezado. Uno que no tenía sentido. Su guía la habían entregado apenas ayer y la mansión no era tan grande como para sostener a todas las personas en el mundo. ¿O sí?

Ende escribe de un mundo verdadero y un mundo falso. Como todas las personas mudan exactamente igual todas las cosas de un mundo al otro. Reflejo y contrarreflejo. Wilcock, sin embargo, habla de una fiesta perpetua donde todos los invitados, de tanto tiempo que han estado sumergidos en ella, hacen una vida: se vuelven reyes, sacerdotes, herreros, payasos, sirvientes, etcétera. Wilcock llama a esa fiesta el caos. ¿Qué somos los humanos sino datos en un evento caótico que continuamente está replicándose?

A Mateo le dolió la cabeza.

—¿Cómo es posible que tengas todos los datos de todos los habitantes del mundo?

Casiopea no respondió de inmediato, sin embargo, replicó con una pantalla blanca y un texto gris que decía lo siguiente: “Compilando respuesta”.

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