No sabes cómo llegaste ahí, estabas tan ocupado con no perderle de vista que ignoraste el color de las calles, el ancho de las avenidas, la altura de los letreros. No hubiera servido de nada, de cualquier modo esta ciudad te es ajena. (¿Por qué la ciudad es ajena? En serio, vale la pena detenerse y preguntarse: ¿cómo diablos llegaste ahí?). Debió meterse a uno de los callejones o a uno de los múltiples bares. Empieza a llover, sientes las primeras gotas en tu rostro. Genial. Lo que te faltaba. Menos visibilidad. Lluvia en una ciudad desconocida, y sucedió persiguiéndole… ¿por qué no podías quedarte en casa una maldita vez? Pero no. Te gusta jugar a los policías, te gusta el manto de detective y te gusta tener el pútrido olor de un misterio sobre las narices para perseguirlo hasta su solución definitiva. Espera, ¿a quién estás persiguiendo? ¿Quién o qué es el misterio? No es momento para digresiones. Un auto pita, viene a gran velocidad sobre la calle donde estás parado. Tienes que hacer algo o vas a morir.
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