Mateo, con la sangre goteando de sus puños, camina por un largo pasillo oscuro. ¿Lo notaron? Hemos dejado de hablar en el pasado porque ahora estamos en el presente. Es que su gracia rompió leyes universales, leyes que… de no ser por él, seguirían actuando como siempre y pasarían agradablemente desapercibidas. El tiempo, por ejemplo, o la distancia entre un lugar hecho de papel y uno tridimensional, indudablemente físico.

Mateo no es el único culpable, claro, hay otros dos que son igual de responsables de romper el universo, uno de muchos. Uno de esos canallas aun se esconde entre líneas.

El otro está a unos pasos. Tira unos dados. Juega a ser Dios.

Para Mateo eso no representa ningún problema porque ya ha vencido a otros dioses antes. Duda porque no puede distinguirlo, no puede decir cómo es la persona que tiene enfrente, es como si sus ojos vieran una mancha, un borrón multiforme, una creación de múltiples y caprichosos cuerpos.

Lo único invariable de la criatura de las mil caras es que lee obsesivamente algo entre sus manos: un libro, un celular, una tableta, un panfleto. Mateo descubre al lector de su historia. Piensa en saludarlo, en llamarle la atención con un grito y burlarse de él, y decirle algo como: ¿ahora quién lee a quién? Pero eso le quitaría el factor sorpresa tan importante en una pelea. Así venció a la gordita de Colette.

Mateo se acomoda los anteojos y primero cree ver, en el ente tiradados que tiene enfrente, a una mujer de vestido floreado, quien de pronto cambia a un viejo de bigote amplio y aburrido, y súbitamente es una niña de pelo corto vestida como muchacho, y ahora es un perro quien muerde rabiosamente un libro, y ya no es un libro pero es un teléfono muy parecido a Casiopea el que contiene su historia.

Antes de entregarse al miedo y al dolor de cabeza, antes de huir temeroso ante la criatura, mayor que un dios, que tiene a unos pasos, se truena los nudillos, se muerde el labio inferior hasta sacar un poco de sangre y la muele a palos. Mientras lo hace, por cada golpe, un par de dados golpea el cielo y los números cambian con cada puñetazo: dos siete, seis seis, cuatro tres, cinco uno, cinco uno, cinco uno…