Mi casa atrae a los pájaros. No sé por qué. El primero fue una maravilla: un gorrión de pecho azul. Entró repentinamente por nuestra puerta-ventana, una de sus alas se estrelló contra el vidrio y Nico corrió rápidamente a empujarlo con la nariz, y empujarlo, y empujarlo. Supongo que deseaba matarlo de un susto para luego tomarlo con su hocico y llevármelo a cambio de una galleta, o de un sanwich con mantequilla de maní (perdón, pero siempre que escribo mantequilla de maní, recuerdo las caricaturas viejas que a veces miraba en la tele).

Fui por una servilleta para envolver al pájaro de pecho azul y lo tomé entre mis manos. Traté de ser gentil pero tampoco me puso nervioso: supongo que mantener un acuario me hizo más sensible al espacio de los pequeños animales. Salí al porche y lo dejé en el piso. Inmediatamente echó a volar y, por ánimos de ser un viejo cursi, pensé que se había llevado algo de mí. El primer pájaro, el más maravilloso, también fue el más sencillo.

El segundo que entró a mi casa fue un zanate. Un macho: de un negro azulado y unos ojos de cabrón que no podía consigo mismo. Pensé en los cuervos, en las urracas, en los pájaros de mi abuela. Él se fue directamente al domo y se quedó ahí, pensando, observándonos a los perros y a mí, calculando su siguiente movimiento. Para mí, los zanates son unos tramposos e idiotas, unos canallas sin elegancia. A veces me cuesta comprender que sus chillidos me gusten tanto. A él le abrí la ventana de una de las habitaciones. Voló detrás de mí y salió disparado. Fueron momentos tensos. No se compara un ave de ese tamaño a un gorrión de pecho azul.

Ayer, de algún modo, cuando mi esposa y yo llegamos a la casa, encontramos a dos gorriones en el domo. Intercambiaban esquinas, se silbaban el uno al otro, se veían asustados. Supuse que entraron por el pequeño espacio que tenemos para que los perros salgan al jardín. Buscaban comida cuando les salió mi basset al ataque. Quién no se asusta con tremendo mastodonte, orejón y baboso. Volaron al domo, igual que el zanate, por supervivencia. Sol fue por una escoba y yo por un palo. Lo único que hicimos fue estresarlos más. Decidí que lo mejor era esperar. Cerré puertas, abrí la del cuarto extra y la ventana, esperando que funcionara la misma táctica que funcionó con el zanate.

Tardaron un poco más pero eventualmente desaparecieron. No supe las horas exactas, no escuché el bramido de sus alas. Lo hicieron con sutileza, con suavidad, como suceden los buenos actos de magia.