Tiene relojes digitales, tiene muchos de ellos. Su obsesión probablemente se vería recompensada si los relojes fueran mecánicos, con un avatar de madera encerrado entre sus puertas y sus mecanismos, pero esos no le gustan. Prefiere los números que se reconfiguran cuando cambian, los dos puntos que parpadean, los giros ingeniosos para crear curvaturas en un lugar donde los pixeles reinan.

Mira dos de sus relojes. Uno de ellos tiene la figura de un súper héroe, el otro es un concentrador de USBs que también se ilumina de distintos colores al estar conectado. Tiene otros más: el de su teléfono emula un casio, tres casios abandonados en un cajón, otros veinte relojes más de distintas formas y precios están en el librero, como sombreros de mal gusto, coronando las hojas de algunos libros. Además no hay electrodoméstico en la casa que no tenga configurada la hora. Sí, cuando se va la luz es un problema, la perpetuación de una desgracia nocturna.

Parte del problema es que él puede ver el número que está en la esquina superior derecha de su rango de visión. Time Left: 275, 274, 273. Cuando llega al 115 o números menores, siempre le dan ganas de aplastar tortugas o de correr muy rápido para robarse todos los arillos. No recuerda el momento exacto cuando apareció el número pero sabe que poco después empezó a coleccionar los relojes.

El tiempo nunca se le acaba porque hace trampa. En situaciones vergonzosas como en el momento de comer con un amigo o mientras trata de agarrar espacio en el vagón del metro; así como en situaciones más comunes como antes de dormir o cuando el sol le tuesta la panza, se detiene un momento para hacer el truco: da dos pasos adelante, dos pasos atrás, izquierda, derecha, izquierda, derecha y musita:

–Bah.

Entonces el tiempo en la esquina superior derecha se extiende en un número entre los 256 y los 16384 segundos. Esto lo repite numerosas veces cuando está de vacaciones porque, a veces, ni se levanta de la cama y no quiere despertar un día, con el contador casi marcando a cero, y sin el tiempo suficiente para ir a buscar a la princesa. O al científico bigotón. Lo que llegue primero.