Algunas noches, en estos últimos días, antes de dormir tengo un pensamiento recurrente: “Cada vez deseo menos”. El deseo juega con múltiples connotaciones: desde el sexo hasta lo material. Por algún motivo, la configuración de mi fárrago interno propone que el deseo ahora debe ser una cosa apaciguada, mínima, como la pequeña llama de una vela. Así está bien, supongo. Era muy molesto vivir todos los días un incendio, buscar los extintores, abrir las ventanas para dirigir el fuego y tratar de hacer un poco de herrería, para aprovechar el calor y sus combustiones, sin conocimiento alguno de los materiales en mis manos. Cada vez deseo menos. La muerte de un creador prolífico para darle paso a un prematuro anciano. La llama es tan pequeña que debo escoger bien lo que hago. O lo que quemo. O como cojo.