Te pedí la boca, y te la pedí roja, porque ya sabes lo que deseo. Sí, alguna vez te vi. Recuerdo el arco de tus cejas, la forma de tu rostro y te vigilé durante un largo rato, en silencio, meditando los posibles desenlaces eróticos. Semen en tu cara, semen en tu lengua, semen en tu… no, no he visto más, sólo he visto tu rostro. Te visualicé de rodillas (cuánto debo inventar, todavía, para someterte), tus ojos almendrados mirando el momento justo en que pueda empujar, y llenarte la boca. Una verga gorda que coquete con tu lengua y empuje alguna de tus mejillas. Tu rostro se presta para ello, tu cabello rojo, el arco de tus cejas y el brillo de tus ojos. Deja regreso porque estoy saboreando la imagen, igual que la primera vez que penetro: mis dedos enterrados en el rojo de tu cabello. Todavía no sé que tan complaciente serías, que tan dispuesta estarías a ahogarte o dejarte ir, qué tantas ganas tendrías de tragar o de escupir, o de seguir sobando después de sacarme la semilla. Sí, creo que eso sería perfecto, repetiré la imagen porque es adorable y me gusta demasiado: ya me vine pero sigues sobando la verga flácida, sin saber si está dispuesta a revivir o no, pero es que te gusta mirarme con esos ojos almendrados.
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