Siempre que hago fila, invariablemente recuerdo un cuento de Asimov donde Azazel, el demonio, modifica las probabilidades de un escritor para que no haga fila nunca más. El escritor se volvió infeliz: resulta que sus mejores ideas las planeaba en todo tipo de filas consumistas o burocráticas. Pienso en lo irónico del asunto: siempre pierdo un poco de tiempo, en cualquier fila, recordando el maldito cuento de Asimov; no sé si lo hago como una lección moral o como un propio castigo de mis ganas de insultar la espera y no hacerlo.