Cholula me cuesta trabajo porque Cholula nunca cambia. Un ciclo de normalidad que se repite una y otra vez. Estoy en el paralelo más tranquilo de todos, donde encierran al revoltoso para que no hable de lo que presenció en otros tiempos. He tenido horas para recordar otras vidas y preguntarme por qué estoy aquí. Entonces sobrevivo partido en dos: un cielo azul, repleto de nubes, y el relajante canto de los pájaros contra la necesidad de romper cosas, aunque sea un poco, dejarlas en tiritas para que algún demonio se las coma. Algunas veces invento problemas para sobrevivir, pequeñas historias oscuras para sobrevivir al tedio. También por eso, cuando me siento frente a la computadora para mis horas de revisión, he adquirido un ánimo asquerosamente meticuloso para revisar mis textos. Es un laberinto de mi propia creación para negarme a la calma espantosa de este infierno. Más de una vez he empezado a utilizar una metáfora personal: un maizal en llamas es la morada de los demonios, de los oscuros y de los impíos. Cholula es el maldito olor a pasto quemado.