Tenía un billete de quinientos pesos. Por eso fui hasta el Seven. Iba a llover. Me apresuré. Ya no quería caminar más pero necesitaba unas frituras y una coca cola. Las necesitaba para seguir leyendo y seguir editando mi propia novela porno. La novela porno que escribí hace mucho pero que, otra vez, decidí retomar. Revisar otra vez. Por qué no. El infierno de la reedición. Entré. Tomé unos churrumais, unos fritos, una coca cola de dos litros. Me formé para pagar. Di mi billete de 500. El cajero me preguntó si no tenía cambio. Le dije que no. Un hombre se formó atrás de mí. Compartió unas palabras con el cajero. Algo de un recibo y también de que hizo bien las cuentas. Todo estaba en orden. El cajero tomó mi billete y le preguntó al gerente si tenía cambio. El gerente le dijo que sí. Se lo llevó. Esperamos. Esperamos un poco más. Me sentí culpable. Le dije al hombre atrás de mí que pasara en mi lugar. El cajero nos dijo que no se podía porque ya había marcado mis cosas. Lo siento, susurré apenado. El cajero súbitamente echó una carcajada. Su playera, me dijo. Ah, mi playera. “My parents said I could be anything, so I became an asshole. Cancún, México”. We laughed away. ¿Quiere donar un peso para los niños con cáncer? No. Mi playera, le dije al cajero. Sí, está extraña, me dijo por ser amable. We laughed away.
