Apenas quepo en el lugar pero bueno, como diría algún sabio, si quisiera comodidad en la vida mejor me hubiera cortado las piernas. Me pongo los audífonos (otro escape, otra fuga). Hay poca gente en el camión. No quiero escuchar a otros. No es necesario escuchar cuando veo por la ventana: el escenario es una escalera de metal, un departamento sobre otro; hay un muchacho vestido con una sudadera deportiva azul y con un corte de cabello a casquete regular y hay una muchacha de minifalda y medias a los muslos. Ella lo espera al final de los escalones. Todos nos movemos; el camión avanza mientras el muchacho sube. Algún otro sabio diría: Stairway to Heaven, Route 66. El camino de la perdición varía muy poco al camino de la redención. La muchacha deja la puerta de su departamento entreabierta, se recarga contra el barandal y quiebra las piernas. No puedo dejar de mirarlas. Las mueve mucho. Las piernas se mueven solas. Las piernas tienen vida propia.

El camión frena y alcanzo a ver sus reacciones. La muchacha de negro quiebra su sonrisa, se acaricia el cabello quebrado, mira discretamente hacia otra parte mientras el muchacho saca el pecho, se acaricia el sudor de la frente, dice cuantas cosas se le ocurren mientras ella baila disimuladamente. ¿Cuántos años tienes?, me pregunto, y entrecierro mis ojos para hacer como que puedo verla mejor. Mejor tómale una foto, diría otro sabio, mientras yo sigo calculando: quizás unos veinte, quizás unos dieciocho, quizás unos quince. Veo al muchacho porque tengo la esperanza de que eso lo hará más fácil pero el súbito movimiento del camión me confunde. Son un monstruo de un sólo cuerpo, la quimera del amor adolescente: crean un homúnculo de cuatro brazos, sonrisa nerviosa y ojos delatores. Ambos se quiebran, se reúnen, la metamorfosis por causa de un abrazo y de un deseo. Una lengua es menos sana que la otra. Me quito los audífonos. Una señora dice que vamos a otra parte, que este no es el camino, que el camión está quebrando el destino. Queda una fracción de segundo. La realidad ha quedado veinticuatro cuadros atrás. Echo una última mirada, mi cuerpo desvergonzado se inclina para adelante y pego la cara al vidrio para verlos. La muchacha rodea al muchacho con las medias a los muslos, el muchacho la envuelve con una sudadera azul deportiva. Un susurro: The sound is not sleep, it’s moving under my feet.

—¿A dónde vamos? —me pregunta la señora y después sonríe nerviosa, tímida, toma mi mano como aquella que tomó al muerto de San Juan de Palma—. ¿Este es el camión correcto?