Una de las grandes frases de este sexenio, si no me equivoco, es: “hemos devuelto la confianza en nuestras instituciones”. Casi puedo escucharla. Y también puedo escuchar al actor que después completa, con un tono entre campesino, campechano y fierro pariente: “¡Ya era hora!, ¡este perrito sí cumple!”. Y luego aparece un perro en primer plano. Inclina ligeramente la cabeza. Ladra suavecito. Perdón. Creo que mi cabeza, en algún momento, prefirió imaginar otra cosa en vez de desarrollar la mentira de siempre; adivine cuál es cual.

Ciertos eventos me han puesto de malas estos días y no entiendo por qué la gente no está más enojada (sé que sueno como mi tía Gladiola pero es la verdad… ¿Por qué somos tan blandos?); en el orden que puedo recordarlos: la reportera a quien le bajaron los calzones en la Condesa, la muchacha violada en Veracruz por cuatro hombres, la mujer en el metro a quien un extraño le manchó los pantalones de semen y, mientras escribo esto, una nueva acusación hacia el hijo de un funcionario en Veracruz de violar a una muchacha.

La mayoría de estos casos han provocado una discusión abundante y apasionada en redes sociales. En uno de estos eventos, el grupo de Anonymous México intervino e hizo justicia por su propia mano a través de los datos que liberó gracias a, en realidad, las argucias de una ingeniería social bien aplicada (jakeamos personas, no ordenadores). Anonymous confía en que la gente hará su propia justicia al tener estos datos a su alcance. Por otra parte, la muchacha cuyo pantalón fue manchado por el impulso terrible de un degenerado, decidió imprecar al gobierno de la Ciudad de México y a su… alcalde (?) a través de una foto en Twitter. No la culpo. En el mundo alterno de los comerciales y los discursos políticos, las instituciones son otras. Pero en el mundo real, al parecer, sólo son un lastre que nos dan más problemas que consuelo alguno. Al menos las víctimas han preferido llevar sus casos para que sean juzgados por la comunidad en vez de depositar su confianza en las instituciones cuya confianza, alguien jura, ya fue restaurada.

Y eso también es peligroso.

Me gustaría decirle a la gente que no caiga en ese engaño, que las redes sociales no son un reemplazo para una institución jurídica que debe determinar daños, castigos y reparaciones, pero las víctimas están cansadas de ser víctimas y alguien que ha sido lastimado de una manera tan íntima, tan personal, lo último que desea es meter el pie a lo que claramente es una trampa burocrática.

Estos casos, quizás, son un indicativo de una necesidad imperante por la ineficiencia de los organismos y de la oscuridad en la que está sumergido nuestro país. Las redes sociales son un buen territorio para informar, distribuir y replicar la información; pero en ningún modo deben reemplazar las funciones del gobierno. Creo que exigir, seguir exigiendo, seguir acorralando, a esta gente que se cree impune, se cree superior, se cree destinada a humillar y poseer a otros a través de su sexo, de su poder, incluso de su anonimato… es uno de los modos, pero no debería ser el único. La furia expresada con tuits o notitas de facebook no se compara al trabajo de escribir una carta u organizar a una comunidad para exigir que cumplan su función. Tristemente hay que perseguir a los funcionarios para que hagan su trabajo, invitarlos a que abandonen el cinismo, la indiferencia, la corrupción y correr con el riesgo de que nos manoteen como moscas, o peor aún, vivir el trauma agradable de presenciar el milagro de un proceso judicial justo y bien hecho.

La reportera, después de recibir un tuitazo de Mancera que prometía trabajar con ella de cerca para resolver quién fue el animal que le bajó los calzones, mejor se fue del país después de la cantidad tremenda de ataques que recibió en internet pues, digamos, la mitad de los opinantes la juzgaban idióticamente por su vestido corto. El abogado del hijo del funcionario dijo en el juzgado algo así como: “Recuerden quién es mi cliente. No creo que lleguemos muy lejos”. Mientras pienso en estos eventos, se me ocurre que no sólo necesitamos el castigo, ¿pero qué hicimos mal? ¿Por qué ocurren? ¿Cómo podríamos evitar la crueldad de estos monstruos?

Los jueces / La escuela de los opiliones