17 de enero: La primera aparición de la polilla ratonera.

7 de febrero: Un ejecutivo de Netflix tiene una reunión con Emilio Azcárraga Jean. El chavo, quizás un poco arrogante, da su presentación sobre la nueva serie mexicana en la plataforma que arrasará con Latinoamérica, quizás el mundo, por fin una serie que no es El chavo o una fantasía gruesísima de Kate del Castillo. Estamos en pláticas con Pedro Torres, dice el muchacho hipster, ya saben el tipo y además da la estocada: lo conoces, ¿no? Emilio no puede creer lo que está escuchando. Serie: 24 horas al día, 7 días a la semana, cámaras en tu casa, en tu vida, Emilio, ¿te imaginas cómo se va a prender la gente cuando te vean poner el Netflix? Humillado, molesto o ambas cosas, pide que retiren al muchacho de las oficinas, se derrama en su sillón, pero su mirada cacha los números en un papelito que dejó su rival. Es la proyección de las ganancias. Emilio tamborilea los dedos. Emilio piensa.

4 de marzo: Marta escucha con atención las palabras del amor de su vida: yo no te amo, nos estábamos divirtiendo, Marta, por favor. No seas ridícula. El licenciado Grajales se va. Deja a Marta hecha una masa confundida. Esto no se va a quedar así, ¿me oyes? Así grita Marta y Grajales la alcanza a escuchar, responde con un gesto de enfado y se va.

9 de marzo: el doctor Scott camina por los prados escoceses. Le han dicho que estaba ahí, que uno puede escuchar todavía el eco capturado en sus pasillos. Se lo dijo gente de buena fe, gente que puede imaginar. Busca el castillo de su infancia pero, a cambio, sólo encuentra ruinas. Dos y tres piedritas desperdigadas, un arco necio, la mala hierba y el musgo, y adelante el mar de niebla. El tiempo, piensa, es el verdadero dios. El doctor se sienta en una piedra, ciñe su rompevientos y acaricia una fotografía de papel.

22 de marzo: Marta compra libros de hechicería y física cuántica. Esto no se va a quedar así, ¿me oyes?

24 de marzo: el Perro Aguayo tuvo una de las peleas más importantes de su carrera contra el Huracán Ramírez. No ganó pero la gente recordaría sus colmillos. ¡Perro, perro, perro! Cansado y satisfecho, forrado de lana y de dopamina, dejó que la noche sucediera en soledad sin caer en la tentación de los vicios. Otro destino estaba reservado para él. Al abrir su casillero en los vestidores, encontró una pequeña ruptura en el espacio tiempo, una herida en la fábrica de la realidad. Metió un brazo, metió una pierna, no sentía ninguna diferencia, las regresó y estaban igual, quizás hasta un poco más sanas, más descansadas; regresar no era ningún problema pero no dejaba de sentirlo: debía dejarse ir. Desapareció. El Perro Aguayo negó su historia.

31 de marzo: el doctor Scott, en su regreso de Escocia, cree ver a un ratón con las alas de una polilla. No era un murciélago, era un ratón. El ratón se veía francamente confundido, pero también extasiado, como si el animal no pudiera comprender estas maneras de quebrar la naturaleza. ¿Cómo puedes esperar que un animal que vive de túneles y laberintos no enloquezca en el primer vuelo? Un ratón polillero, anota Scott en su libreta, pero olvidaría al animal y dejaría en paz la nota sencillamente porque su especialidad no eran la biología o siquiera las matemáticas. Probablemente era doctor en letras.

5 de mayo: Señor Salinas Pliego, dice un muchacho hípster, tengo una propuesta para usted. El señor Azcárraga ya está anotado, anotadísimo. Esto es casi un hecho. Sí, señor, sólo falta su firma.

13 de mayo: Grajales camina por su calle favorita de Reforma y le da un mordisco a su torta, cuando encuentra a Marta besándose con un tipo. Se ve bien sabrosa la Marta, piensa Grajales, y parcialmente tiene razón porque su cerebro todavía no acaba de procesar la cubana que ya está masticando. Marta se aparta momentáneamente de su novio y su mirada se encuentra con la del amor de su vida. Perro, perrito, le dice a su amante, ese es el pendejo que me rompió el corazón. El Perro Aguayo hace a un lado a Marta, suavemente aparta su cabello de su rostro para darle otro beso en sus labios carmesí. Grajales sabe lo que va a pasar, se da la vuelta para echar a correr y no tira la torta, no, porque algún otro placer debe de tener además de romper los corazones de brujas cuánticas, creativas y rencorosas. El Perro, naturalmente, lo alcanza. El Perro siempre muerde.

Publicado originalmente en LJA.