Mis primeros cómics fueron los de Marvel: 4 Fantásticos, Spider-Man, X-Men y algunas veces Los Vengadores. Estos últimos, por azares de los derechos y los estudios cinematográficos, en ese entonces no eran tan populares, eran más bien blandos y aburridos; veinte años después Marvel no se imaginaría que los derechos de sus personajes estuvieron tan peleados, hicieron todo lo posible para rescatar a los vengadores del olvido y engordaron a una vaca albina, insípida y francamente aburrida para el placer de los niños solitarios que se alimentaban con historias de superhéroes, capas y villanos irrisorios pero a veces fatales y peligrosos.

Luego abandoné Marvel un rato para leer a la otra empresa: DC. Estos últimos me parecían… engañosamente adultos. No le tenían miedo a la sangre, a las muertes gratuitas, a diálogos más abundantes y complejos. De algún modo no me parecía absurdo que el universo se rompiera cada año y personajes antes queridos se convirtieran en sacos de huesos repudiables y absurdos (Hal Jordan – Linterna Verde – Parallax – y una serie de transmutaciones raras que ocurrieron de los noventa a los dos mil).

En una clase de literatura grecorromana, es muy probable que un profesor haga la comparación de los dioses con los superhéroes. Algunos días eso me aburre un poco: me suena a lugar común y eso se lo debo a la tenacidad del mercado de reciclar historias donde los superhéroes son como dioses y destruyen a millones de personas sin rostro, sin nombre, ocultas en los dibujos de los edificios, los estadios, los trenes subterráneos. Entonces aparece un hombre, el héroe común: un bombero, un contador, un soldado, un gamer, un globero o un ruletero, y éste le recuerda a los dioses que no sean maloras, que se fregaron a una ciudad completa porque no se miden y los juegos de manos son de villanos. Además… quién sabe, pero las intervenciones de Zeus, de Atenea y de muchos otros me parecen más humanas, más sinceras, porque sabemos cuánto jodieron la vida de Sísifo, de Odiseo, de Leda y de todas las mujeres impregnadas por la perversión latente del padre del trueno. Cuando uno se enfrenta a un dios, a uno de los falsos verdaderos, en ficción, al menos, pienso que siempre debe ser personal.

(Mientras tanto, gracias a Japón, en México empezó a nacer el culto de Gokú y los múltiples memes que lo comparan con Jesucristo. Un dios quien antes de las nuevas películas no tenía ningún interés en ser dios. Su mayor enemigo, otro apático del alcance de sus propios poderes, Vegeta, en un arrebato y aburrido de su bondad, de ser padre y de ser un mandilón de segunda mano, pide la ayuda de un espíritu maligno y milenario para que le dé poder. Truena los dedos. Mata 50,000 personas. Y el autor juzga inconveniente, sobrado incluso, detenernos a pensar en el dilema de matar a 50,000 mosquitos de un chingadazo).

Las historias de Marvel y DC se reciclan, se repiten, pasan suficientes años y algunos autores más jóvenes rescatan o hacen una secuela de una idea vieja, o mal ejecutada, y buscan redención. No es queja. Un grupo de escritores reescribe la historia que arruinaron otros y a veces rescatan algo de las cenizas. Flash (Mercurio) siempre vendrá del futuro para advertirnos de la locura del padre Superman (Zeus, a veces Apolo, pero me gusta pensar en Superman como Zeus porque es el jefe, es el personaje roto y muchas de las historias de los otros ocurren porque Supermán pierde, o está perdido, o no los puede sacar del apuro), mientras que Shazam (Cronos) siempre sorprenderá con un truco para detener a su hijo (Superman), quien eventualmente lo superará con otro truco. Linterna Verde es el dios del valor y de la imaginación. La Mujer Maravilla (Atenea, Artemisa) consultará con Batman (el aspecto más humano de Hermes, o quizás es el dios zorro u Odiseo, o un dios perdido de otro tiempo) cómo manipular a los otros. Los superhéroes se roban el fuego, la física cuántica, el poder de la imaginación de todo el universo y las llaves del tiempo.

Sin embargo, al final estos dioses son esclavos del dinero y de su proyección en pantalla. Obedecen a los caprichos de los ejecutivos, de los clientes, de los directores, de los guionistas. Mientras que los dioses antiguos nacieron de la imaginación, de las palabras y de pequeñas adiciones de los cuentacuentos a su historia; las historias de nuestros nuevos dioses dependen de los clamores de sus creyentes, de verlos pelear como siempre lo quisimos, de verlos acartonados y condenados a arquetipos, o sus estereotipos, y no salirse de ahí para no condenarlos a la furia, al olvido, a ahorrarnos los pesitos en los cómics, los juegos y los juguetes. Los mangakas, mientras tanto, quienes han dibujado también desde hace mucho, mucho tiempo, un millar de historias, se preguntan por qué sus autores no han dejado morir a esos personajes. No parecen comprender que los autores de un superhéroe occidental son legión (qué ternura). Y una de las muchas apuestas entre dios y el diablo.

Superhéroes, dioses, hombres / La escuela de los opiliones