Humedad y ficción

Durante algún tiempo, he escrito la segunda novela de Capurro en mi cabeza (años, años). La siguiente sumisa en la historia de Capurro se llama Hevne. La muchacha es joven, apenas legal. En el siguiente libro de la saga (uy) me imagino a Capurro roto por alguna circunstancia que todavía no defino y el propósito de Hevne es romperlo aún más. Soñé con ella, con su cabello largo y negro, su nariz afilada y bonita. La soñé desnuda, dentro de una habitación, con las manos arriba, queriendo tocar el techo, no sé si como parte de una instrucción o solamente deseaba un abrazo. No veíamos la televisión pero estaba encendida y en el momento pasaban un absurdo programa de concursos. Soñé con dos o tres orgasmos de Hevne, sus gemidos y sus placenteras convulsiones. Registré el movimiento de su cuerpo mientras se venía, la sonrisa estática e inmediata después de relajar el cuerpo. Raras veces tengo sueños donde puedo caminar alrededor de un personaje y apreciarlo tanto.

“Crisis de los 35 años”

No tengo una crisis de los 35 años pero he pretendido que sí a través de las redes sociales. Hace poco anuncié (ay) que quería un tatuaje, pero el tatuaje es algo que he contemplado desde mi crisis de los 22 años y luego durante una crisis muy gruesa en mis 27 años. Lo bueno es que mi crisis de los 31 y luego la de los 33 lo arreglaron todo y me eché para atrás. Medio en serio: me gustaría tatuarme un árbol pero no he encontrado un árbol que me guste. También, gracias a la crisis, la maldita crisis, pensé comprarme un Ferrari pero ya lo medité. Creo que sacaré el crédito para un Porsche. Me robaré a mi esposa y nos iremos al sur, siempre al sur, cambiaremos los nombres y sacaremos tarjetas de crédito apócrifas para disfrutar la siguiente mitad de nuestras vidas (ella más, su familia es insoportablemente longeva, pero creo que yo tendré la suerte de morir antes de los 70). Bromeaba. Soy demasiado cobarde para ser un criminal. Prefiero mi vida tranquila, a veces blanda. Regresando al tatuaje, debería hacer la tarea: buscar a los tatuadores de mi localidad para que me compartan sus piensos y me muestren dibujos de árboles chipocludos. En fin, 35 años. No tengo una crisis pero el número me parece especial, un umbral que define muchas cosas, más allá de los 20 o los 40. Tengo más oportunidades para verme como un viejo payaso (chavorruquix locochón) pero tampoco me importa mucho.

Supersticiones

Se acaba el año y viene uno mejor. Cada día es una oportunidad. Suena la cumbia de los 17 años pero al dos por uno. Celebro mi cumpleaños cuando termina el año, por eso siempre me doy el gusto de evaluar ambos desarrollos como si no fueran lo mismo. Rezaré porque el siguiente sea igual de bueno o mejor. Cruzaré los dedos para que no muera alguno de los míos. No se los he dicho, pero 2016 fue un año puntilloso; nadie murió pero me he sentido abandonado, confundido y traicionado. Me he cansado de ser la voz de la razón (medio pusilánime en mis comentarios, la verdad, pero no es manda meterse en vidas ajenas) de ciertos ineptos y alguien diría que era hora. El sentimiento de traición y de confusión ya pasará, algún día sanarán como sanan otras angustias, otras ansiedades. He acariciado mi libro de Los adioses de Juan Carlos Onetti y he sobrevivido las ganas de releer a Proust. Para cerrar el año traté de leer seriamente a Shakespeare y fracasé. El fracaso, en este caso, no es malo porque empecé con las comedias. Pero bueno, inicié el año leyendo a Moby Dick y me pareció chusco, medio estúpido, pero hermoso. Todos los lectores hemos tenido fracasos, íntimos y personalísimos, fracasos que no confesamos a nadie: entregarse demasiado, por ejemplo, o no entender un punto vital, ese que lo explicaba todo. La familia también es así.