Quiero escribir mi columna antes de que me mate el 2016. Si la estás leyendo, quiere decir que lo logré. Pude mandarla como un último testimonio de un año tenebroso. Si llegué vivo al 2017 será un misterio. Quizás pasó algo peor: transmuté en una mejor persona cuando cambió el dígito. En siete días crearon el mundo, la chica de la cumbia tiene 17 años y puedo listar otra serie de pavadas cabalísticas. Mucha gente cree en el poder mágico del tiempo atrapado en números y tiran papeles impresos con los nombres de los días cual si fueran runas. Feng-shui del jueves, reiki de los minutos, semana del perdón y el cambio. Repite diez veces: “soy otro” durante 365 días, mírate al espejo y da dos vueltas. ¿Ves? Qué fácil. El 2017 será un año mejor.

Murió una cantidad escandalosa de celebridades en el 2016 pero ninguna me dolió tanto como Bowie. No sé por qué. Nunca he sido un hombre de música. Algunos atienden a sus músicos preferidos con la misma devoción con que persiguen a un equipo de fútbol o con la que yo atrapo pokemones. Pero murió Bowie una madrugada y no pude dormir tranquilo. Tuve que llorarlo un poco y escuchar un par de horas de su música para despedirme. Hasta entonces no había entendido su influencia en ciertos pedazo de mi vida. La muerte como revelación cuando explota en las vidas de los otros. El fascinante proceso de la memoria y su perpetuidad. Somos una continuación de la música primigenia.

En el 2016 también me rompieron el corazón. Fue un poco complicado porque lo hicieron a mediados de año y el poder mágico de los días me otorgó la maravillosa capacidad de marinar la decepción y el arrepentimiento. Pronostico otros seis meses para que los jugos se asienten. O tal vez ya morí y esta columna la escribe un poltergeist. Epitafio: “Este libro fue escrito con la sangre de mis enemigos”.

Dije que me rompieron el corazón pero no fue una muchacha guapa o un priista. Ojalá. Por eso corro tantos kilómetros como si sólo así pudiera llegar a la chingada. Corro y corro más cada día, además de huir de la muerte también huyó de mis propios pensamientos mezquinos. Confucio me daría una pastilla de sabiduría: por más que la lengua empuje los dientes, no puede tirarlos. 2016 de los cuentos chinos y el horror de los rencores.

Pero todavía tengo buenos deseos para los extraños y los queridos lejanos. Buenos deseos para el amor de mi vida y mis perros viejos. El cinismo ya no es lo mismo de antes porque siempre estamos a dos clicks y dos ventanas de la verdad. Es más, diría que ser cínico ya es una trivialidad. Por eso mi deseo para este 2017 es el mismo que en años previos, y lo que siempre susurro a mi perro orejón cuando está dormido: sin matices y sin trampas, ojalá encuentres lo que estás buscando.