La tortuga nada hacia mí. Creo que ignora que está encerrada en su contenedor de plástico. Arriba de ella está la ventana. ¿Cuántos de nosotros no somos una tortuga como tú, nadando en contra de los plásticos y los vidrios? Uy, ya te vas a poner de metafísico con la prisión del hombre. El escorpión encerrado en el ámbar de los dinosaurios eternos. La tortuga nada hacia mí; recuerdo otro cuento chino, uno más, el último, lo prometo.

Las gallinas están celosas porque el amo capturó una enorme tortuga y la llevó a la granja. El amo la alimenta, la contempla como algo hermoso (Piglia imagina a Borges escribiendo sobre los laberintos que surgieron en el caparazón de una tortuga), y las gallinas, por primera vez, perciben lo que es ser insignificante. Las gallinas, igual que los chinos, como es usual en su retórica, deciden denigrar e insultar a la tortuga para ver si esta crece alas y se va lejos. Pero, también como es usual en la retórica china, el primero que insulta pierde: la tortuga dice a las gallinas que un día de sus cacareos es como un segundo de su vida y sugiere, ahí nomás, que no desperdicien su tiempo en tonterías. No miente: los científicos especulan que si una tortuga jamás enfermara, sería el primer inmortal. Ee-Sze: las gallinas, al aceptarse insignificantes y saberse miserables, alcanzan por primera vez el favor del Creador.

Otra tortuga: La Vetusta Morla, la tortuga de Michael Ende en La historia interminable, es uno de los seres más mezquinos y miserables sobre la tierra. La especulación sobre la eternidad: vives tanto para rendirte al cinismo de los ciclos. Sabes cosas, pero para qué decirlas, si no harán diferencia alguna. La inmortalidad te muestra que las variables de los sentimientos humanos y las masas son limitadas. Quizás por eso el shinigami de Death Note, Ryuk, encuentra un alma afín en Light Yagami cuando le entrega su cuaderno para matar a los hombres. Si la vida es una repetición de errores y desesperanzas, ¿por qué no mejor divertirnos? No había reparado en que el rostro de Ryuk es como el de una tortuga, su cuello largo y su postura. Uno creería que no, pero los japoneses siempre tienen en cuenta esas cosas, igual que los chinos. Quizás no tienen relación y a mí me gusta leer demasiado entre líneas. Al menos las tortugas y los shinigami comparten un punto: nunca se sabe lo que están pensando.

Esta semana cuidé a la tortuga de unos amigos. Cada vez que el flujo mediático retornaba a la letanía del gasolinazo, Peña Nieto y Trump, miraba a mi derecha y veía a la tortuga nadando hacia mí. Me dijeron que dormiría y que comería poco, pero no fue así: todos los días estaba nadando, a veces paraba a comer de sus hojuelas o dormía para recuperar las energías, pero después reanudaba la búsqueda: parecía que buscaba la salida a un laberinto extrañamente plastificado y cuadrado. Todos los días la veía nadando hacia mí como si quisiera empujar una película de realidad y morderme la nariz, o comerme la cabeza, o tomar mi lugar para pertenecer a una realidad más grande. Hoy la tortuga ya no está, pero me encariñé con ella y con su movimiento perpetuo hacia una claridad infinita, inalcanzable.