La montaña de Kwung-Lun es bastante alta —mide más de 3000 metros de altura—. La mayor parte del año, su cabeza está cubierta de nubes y desde que nació, ningún hombre ha encontrado la manera de escalarla para mirar el rostro el gran Kwung-Lun. Las águilas y las aves san-chi son su única compañía.
Un día la montaña Kwung-Lun se encontraba hablando con la montaña Tai-San, que era la más próxima.
—Soy la montaña más alta del mundo. Soy la más empinada y la más honorable de todas las montañas de aquí; desde la mañana hasta el atardecer la gente viene y extrae grandes rocas de mis faldas. Y desde muy temprano hasta que la oscuridad corona mi cabeza, las aves cantan para mí. Doy abrigo a las aves San-Chi, que tienen el plumaje más hermoso del mundo. Sus plumas resplandecen bajo el sol y cambian de color para recibir a la luna. Los hombres pagan un precio más alto por ellas y las aves San-Chi son mías. Las alimento y les doy un hogar, y a cambio me acompañan durante toda su vida. Ayer, un maestro y sus alumnos vinieron y escuché por ellos esta historia de Confucio:
»Un día, Confucio hablaba con el joven rey Loa-Bai y le preguntó:
»—¿Has ido alguna vez a la montaña Kwung-Lun?
»El rey contestó que no, entonces Confucio le mostró un hermoso abanico hecho con las plumas de las aves San-Chi.
»—¿Habías visto plumas como estas antes? —preguntó.
»—Soy el rey y he visto muchas cosas en mi vida, pero nunca había estado frente a la presencia de unos colores de tan maravillosa belleza. Te daré mil piezas de plata si me traes un abanico como éste.
»Y Confucio respondió:
»—Si puedo convencerte de que hagas algo que deseo mucho, te regalaré el abanico; no me gustaría venderlo. No podría tomar una sola moneda de plata a cambio porque fue regalado a uno de mis honorables ancestros, mi tatarabuelo. Pero, como te lo he dicho antes, si aceptas mi consejo en cierto tema te regalaré el abanico.
»—Escuchemos el consejo —dijo el joven rey—. ¿Qué deseas que haga?
»—Eres un rey de enorme fuerza; tienes más soldados que ningún otro rey. Pero si fueras un león, ¿matarías al resto de los animales para mostrarles tu fuerza? —dijo Confucio—, o si fueras la criatura marina más grande de todas las aguas, ¿te tragarías a todos los peces?
»—Claro que no. Si fuera un león haría que todas las criaturas festejaran felices, ante mí, sin lastimarlas.
»—Eres un rey grande y poderoso. Los otros reinos son más débiles que el tuyo —dijo Confucio—. Sus reyes no desean la guerra a menos de que deban hacerlo. Si sigues mi consejo y no los orillas a la guerra en seis años, obtendrás muchos tributos de estos reinos. No sólo obtendrás este maravilloso abanico hecho con las plumas de ciento veinte aves san-chi, de oro y de marfil tallado divinamente, sino que también te darán gemas de muchos colores, caballos de guerra y patas de oso. Si sigues mi consejo, las otras naciones te harán todos estos regalos.
»—¿Cuán pronto recibiré todas estas promesas?
»—En un año. Debes darme tiempo para regresar con los dirigentes de los otros reinos.
»El rey accedió a hacer lo que Confucio deseaba.
»—Te entrego mi abanico —dijo Confucio—, y si en un año cumples lo que me has dicho, será tuyo. Pero si envías tus ejércitos a invadir a cualquiera de las otras naciones en ese tiempo, deberás regresarme mi regalo.
»Confucio visitó a los dirigentes de los cinco reinos más débiles y cuatro de ellos estuvieron de acuerdo en cumplir con el acuerdo de paz y enviar regalos al joven rey. Sin embargo, el quinto rey no envió el tributo, pero tampoco dijo cuando iniciaría una guerra.
»Cuando el plazo de un año estaba a punto de acabar, el joven rey envió un mensaje a Confucio.
»—Cuatro reyes me han enviado regalos. ¿El otro reino desea una guerra o me enviará un tributo como lo han hecho los otros?
»—¿Tomarías el abanico como un regalo de mi parte y perdonarías a la otra nación? —preguntó Confucio.
»Lleno de rabia el joven rey se rasgó las ropas y gritó:
»—Me tragaré primero a esa nación, iremos a la guerra en este momento.
»—El año de tu promesa aún no se ha ido —dijo Confucio—, si vas a la guerra deberás regresarme mi precioso abanico.
»El rey le dio su abanico a Confucio y se fue.
»El rey ordenó a su general prepararse para la batalla, pero pocas horas después se arrepintió de lo que había hecho, ya que apreciaba el abanico de Confucio más que el oro o las joyas, así que ordenó que detuvieran los preparativos de guerra. Después mandó un mensaje a Confuncio con un emisario, Jeh-Sung (buen parlante):
»—Yo, el rey, me encuentro mal del corazón. Me gustaría que vinieras y que trajeras contigo tu abanico, al que aprecio por encima de cualquier gema. No habrá batalla en contra del reino más débil.
»Confucio envió su respuesta:
»—Tengo una tarea muy importante que hacer, por lo que no podré acudir hoy, pero el día de mañana me presentaré ante el rey.
»El rey estaba feliz de nuevo porque su corazón ansiaba la posesión del abanico.
»Al día siguiente subió a un carro honorable cargado por ocho hombres y fue él mismo a ver a Confucio, quién sostenía en su mano el preciado abanico, ya que intuía el deseo del rey. Cuando bajó del carro, el rey no vio a Confucio, porque sólo tenía ojos para los brillantes colores del abanico.
»—Pensé que destruirías al pequeño reino. ¿Para qué deseas verme?
»El rey se inclinó ante Confucio y dijo:
»—Estoy en un error. Pensé profundamente en todo esto y seguiré tu consejo de paz. Ahora, ¿podrías devolverme el abanico?
»—No, no tendrás el abanico a cambio de un acuerdo que no cumpliste. Cuando me despediste estabas preparado para ir a la batalla con el reino más débil —dijo Confucio.
»El joven rey se arrojó al suelo y hundió su rostro en sus manos por la pena, y sus lacayos corrieron a levantarlo.
»—Si haces un nuevo acuerdo conmigo y prometes que nunca serás el primero en declarar la guerra, te daré este abanico que tanto deseas.
»El rey hizo la promesa y Confucio le dio el abanico.
»—Este abanico vale para mí más que todos los reinos —dijo el rey—. En todo el mundo del hombre no hay nada más hermoso. Mi corazón ha deseado, por encima de todas las cosas, este maravillos abanico de plumas de san-chi y sus fascinantes diseños.»
Después de contar la historia, la montaña Kwung-Lun dijo a la montaña Tai-San:
—A pesar de que tengo a las aves san-chi, las más bellas de toda la creación, me resulta extraño que miles y miles de personas inclinen su cabeza para adorarte, mientras que yo permanezco a tu lado y paso desapercibido.
»No aportas gran cosa a la gente, no eres bella, no eres alta ni majestuosa. Tu cumbre no llega más arriba de las nubes, ni puedes observar las oscuras cuevas secretas del trueno, ni los escondites de la tormenta antes de caer. Nunca has dado plumas más bellas que las flores a ningún rey. ¿Por qué la gente te adora en vez de a mí? El cazador acude a mí y el granjero toma mis rocas, pero de inmediato me olvidan, a mí, al que les provee. Dime la verdad ¿por qué la gente te ama y te adora a ti?»
—Te diré por qué. Es por tu soberbia. Eres frío, duro y orgulloso, de tu raíz a tu cumbre. No eres de naturaleza amable y los niños no pueden jugar en tus faldas. En el verano, cuando la gente viene por los frutos y semillas de la cosecha, no les das nada, y no pueden acudir a ti para elegir el San-Da. Los pies duelen de caminar en tus rocas. Nadie puede mirar tu rostro. No les das la bienvenida. ¿Cómo entonces pueden quererte?
»Yo soy más pequeña y mi naturaleza es más gentil. Las aves acuden a mí para hacer su nido y la gente siempre se reúne en mis faldas durante el verano. Mi corazón está abierto, todos me conocen bien y me aman.»
Ee-Sze (significado): El orgulloso y el gentil viven juntos en el mundo, pero el gentil y el amable tienen una felicidad que los orgullosos no pueden comprender.