Un político se arregla la corbata, da un pasito para acercarse al micrófono y alza las manos. En ese momento, se hace un pelín de silencio y empieza su discurso sugiriendo “unidad”. En el momento de la crisis nacional, siempre habrá una, no sólo basta que todos le pongamos crema a los tacos y un buen de chile a la salsa, pero también que nos pasemos las manos por los hombros, la manita coqueta en la cadera de Ramón. México todavía acostumbra a reunir a sus mejores artistas pop para cantar una canción de unidad. El político propone el discurso de la unión, de la solidaridad, lo escribe desde su condominio en Miami, sin preocuparse porque sus hijos nos llamen prole, nacos, pueblo.
No es de sorprenderse que los mexicanos reciban el discurso, bien gastado, con cierto escepticismo. Estamos tan acostumbrados a los discursos del poder y sus resultados retorcidos, que pensamos una llamada a la unidad significa, en realidad, que el barco se está hundiendo. No dudo que, si nosotros tuviéramos la facilidad económica y legal de comprar armas, lo estaríamos haciendo de manera masiva porque cada vez que un político habla de unidad, suenan como las trompetillas del Apocalipsis. Caen las primeras lenguas de fuego. Nos estamos hundiendo, esta vez sí. La verdad es que ni una cosa ni la otra. La mayoría de los políticos invitan a la unidad para una cosa: que los dejen en paz. No sabemos para qué. Quizás para que la esposa compre una libreta y escriba que sí merece abundancia.
La llamada a la unión siempre ha sido una herramienta de control político. Cualquier politiquillo más o menos enterado de su oficio sabe que la soledad es una trampa (no pude evitarlo) y necesita no sólo mover los engranes del sistema político, pero también a la gente. Pachocha, calidad humana y la maquinaria. Empiezan los papelitos y la basura en las calles. Así, pues, décadas después el político se ha robado otra palabra y la ha retorcido en el vocabulario de la gente que ha sido traicionada una y otra vez. Un chamaquito en su escuela dice: “necesitamos unidad” y yo no culparía a sus compañeritos si lo ven como el próximo traidor a la patria. Si esto sigue así, regresaremos a la época de las cabezas en la Alhóndiga de Granaditas. No le debemos nada a Game of Thrones.
En un afán de recuperar un poco de sensatez y porque cada uno de nosotros tiene el poder para evitar las pequeñas desgracias, y porque he visto a la gente muy cansada (las elecciones del Estado de México, la Cañada Honda de Aguascalientes y otras peripecias habituales), me gustaría recordar a la gente que el lenguaje es nuestro y podemos reapropiarnos de él en cualquier momento. Ninguna propaganda o método de control. Podemos pensar, quizás, en la unidad como lo miraban los taoístas: todos somos uno bajo el cielo. No sólo somos el humano, pero también la mariposa y la mierda, somos el árbol y la tierra. Somos el mirrey, el prole, el naco, el godín y el normalista. Todos somos uno y uno somos todo. Habría que pensar en ello la próxima vez que traten de separarnos.